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El cronista que no tenía sensibilidad musical

  • La editorial Fórcola edita una recopilación de artículos con trasfondo musical del periodista gallego Julio Camba, maestro de la crónica breve

"Yo soy una persona inteligente que carece de sensibilidad musical". Así se expresaba en una columna de marzo de 1914 Julio Camba, el periodista gallego que nunca negó su escaso interés por las manifestaciones de la gran música, presentáranse estas en forma de ópera ("Norma es una especie de alcaloide de la cursilería", "Guillermo Tell es una cosa falsa, pretenciosa, sin calor ni sinceridad") o de conciertos sinfónicos y de cámara de los grandes virtuosos ("Kubelick sólo ha nacido uno; Paderewsky, otro; Casals, otro... Afortunadamente"); de intérpretes del montón, ni hablamos.

Camba dejó claro en muchas de sus crónicas que lo que le atraía era la música ligera, popular, sin pretensiones, la que podía escucharse en los cafés, en las cervecerías y en las plazas, una música alegre, superficial, frívola, tarareable. Él se movía con habilidad en los ambientes de bailarinas y cantantes de cabarets, en los desfiles de las bandas militares, "en el torbellino frufrante de las enaguas de los cafés-concerts" (detrás de este lenguaje uno puede adivinar hasta el monóculo de Erik Satie). Le interesaban los bailes de moda (la machicha, la samba, el pasodoble, el tango...) y, aunque a veces podía deslizar análisis en apariencia sesudos sobre la relación entre la danza y el carácter de las naciones ("El baile es un gesto del pueblo") o sobre el papel de la música en las conflagraciones bélicas ("Todas las victorias francesas se han obtenido más a trompetazos que a cañonazos"), siempre lo hacía en columnas de trazo leve, dotadas de ese finísimo sentido de la ironía que se filtra por todas estas citas.

Y es que en el fondo a Camba no le interesaba en absoluto la música. Él no escribía sobre música, sino sobre la gente, corriente o no, y sobre sus vidas. Vidas que discurren en la calle, pero también en palacios y lujosos hoteles, en night-clubs, en teatros de vodevil, en bares americanos, esa "invención parisiense que ha tenido gran éxito en Berlín", vidas de carnaval, de soldados, de melancólicas damas de la aristocracia inglesa, de artistas, vidas rodeadas y penetradas, eso sí, por el sonido de su tiempo. Por sus columnas, tan livianas, breves y gráciles que parecen hasta fáciles de escribir, desfilan las chicas de provincia que se promocionan socialmente gracias al éxito de una canción o a un contoneo de caderas, pero también el violinista zíngaro Rigó conquistando a la antigua prometida del príncipe de Bélgica, a decir de ella un hombre "muy fino, muy correcto, muy cumplido... Demasiado fino, demasiado correcto, demasiado cumplido".

De los líos de la familia Wagner ("La señora Cósima von Bülow hízose mucho más wagneriana de lo que su marido hubiera, seguramente, deseado") a la historia de Anita Delgado con el maharajá de Kapurtala, del impacto universal de Caruso a la elegancia de la bailarina Cléo de Mérode en la corta distancia de la interviú, del papel en los tiempos modernos de los aparatos de radio (para él, sin ningún interés: "Allí donde esté el aparato de radio estará el centro del mundo [...]; a los ocho días, ya había cambiado de opinión") a la increíble difusión del tango ("es un baile canalla, y ha conquistado el mundo"), de la fama de mujeriego del rey Leopoldo a los trucos publicitarios de la diva Emmy Destinn, de los entresijos del teatro madrileño ("Para ver la crueldad española no es necesario ir a los toros. Basta y sobra con asistir a un estreno en la capital de España") a las medidas políticas más extravagantes (la prohibición del agarrao dictada por un alcalde vizcaíno, la creación por parte del ministro francés Marcel Sembat de orfeones en las prisiones para apartar a los criminales del mal camino -"yo creo que valdría más reforzar la policía"-), Camba disecciona, chocarrero y preciso, a toda una sociedad, haciendo aquello que sólo está reservado a los grandes de la escritura en cualquier género: sociología práctica de altura.

Por suerte, el nombre de Julio Camba es hoy ya popular gracias a las numerosas recopilaciones aparecidas en los últimos años. Con prólogo de Javier Jiménez y edición a cargo de Pedro Ignacio López, Fórcola, que había publicado ya dos volúmenes con textos del pontevedrés (Galicia y Crónicas de viaje), ofrece aquí casi un centenar de sus artículos y columnas de contenido musical, muchos de ellos inéditos en el formato del libro, que Camba escribió entre 1905 y 1961 (la gran mayoría son anteriores a 1917) para El País, España Nueva, El Mundo, La Correspondencia de España, La Tribuna, ABC, Blanco y Negro, El Sol y Arriba. Camba escribe desde Madrid, pero también desde París, Berlín o Londres, donde pasó años en diferentes corresponsalías, y lo hace en todos los casos sin circunloquios, pedanterías ni vacuas trascendencias, con la simple intención de entretener al lector del día siguiente, sin la menor voluntad de perdurar en el tiempo. De momento, lo va logrando. Total, ¿qué son cien años para alguien que es ya, sin duda, uno de los grandes clásicos de las letras españolas del pasado siglo?

Tangos, jazz-bands y cupletistas

Julio Camba. Edición de Pedro Ignacio López. Fórcola. Madrid, 2016. 269 páginas. 22,50 euros

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