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Tres que deberían ser una

Aventuras, EEUU/Nueva Zelanda, 2014, 145 min. Dirección: Peter Jackson. Guión: Fran Walsh, Philippa Boyens, Peter Jackson, Guillermo Del Toro, basada en la obra de J. R. R. Tolkien. Fotografía: Andrew Lesnie. Música: Howard Shore. Intérpretes: Martin Freeman, Ian McKellen, Orlando Bloom, Hugo Weaving, Benedict Cumberbatch, Cate Blanchett, Evangeline Lilly, Luke Evans, Richard Armitage. Cines: Cinema 2000, Kinépolisis y Artesite Alhsur.

Si Peter Jackson fuera andaluz sería un miarma: miarma, ¿por qué, después de la maravilla de la trilogía de El Señor de los Anillos, te has empeñado en estirar El Hobbit como un chicle? Jackson es un enigma. Tras la cumbre de su primera trilogía, que lo consagró como un maestro del cine fantástico y un mago capaz de filmar íntegra -hasta con sus comas- una obra que se daba por infilmable, no ha dado pie con bola. King Kong y The Lovely Bones fueron patinazos. Y su empeño por estirar El Hobbit hasta convertirla en otra trilogía ha despilfarrado los aciertos aislados que se dan en las tres películas, diluyéndolos en un metraje desproporcionado con relación a lo que se puede y se quiere contar. Si resumiera las tres en una sola película, invirtiendo el habitual alargamiento que se anuncia como "el montaje de director", seguro que quedaría una extraordinaria película fantástica de, digamos, tres o tres horas y media. Pero para casi nueve horas no da la cosa.

Este último acto no carece de espectacularidad, que le sobra, ni de efectos extraordinarios, que deslumbran, ni de caracterizaciones perfectas y recreaciones asombrosas, que realmente dan vida y hacen visible el universo de Tolkien, ni de una extraordinaria banda sonora de Howard Shore, que le da un aire de sinfonía fantástica…

No carece de nada que hiciera grande a El Señor de los Anillos. Pero, como las dos entregas anteriores, parece cansada, falta de aliento, dudosa de sus posibilidades temáticas y espectaculares. Un poco como le sucedía al King Kong de Jackson, demasiado largo y con demasiados bichos pero sin la simple emoción del clásico de 1933. Es como si, en su afán por exprimir la obra de Tolkien, Jackson fuera víctima de la misma avaricia que su película denuncia.

O tal vez se trata de un error de amor hacia la obra tolkieniana, que le ha hecho exagerar como esos entusiastas que se ponen tan pesados comentando un libro que lo hacen aborrecible.

Afortunadamente no hace que se aborrezcan las obras maestras de Tolkien, pero logra cansar con lo que debería encantar. Y, lo que es peor, él mismo parece cansado. Hasta que se mete en el fregado final de la larguísima batalla. Entonces los cansados somos nosotros. Ni con viagra digital y 3D se puede mantener tanto tiempo el asombro erecto. Y cuando lo asombroso no asombra, algo está fallando.

Con todo esta tercera y última entrega es la mejor, menos pesada, más espectacular y más visualmente atractiva de las tres.

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