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Este día regalado

  • La poeta publicó este artículo en 1968 en el diario 'Patria'

Termina febrero concediéndonos un día de más. Ese día que cada cuatro años se forma con las horas que le van sobrando al año oficial de trescientos sesenta y cinco días. Con ese resto de tiempo, con ese residuo, con ese cuarto de día que va quedando escondido en los almanaques de tiempo, nace orgulloso de su singularidad el día veintinueve de febrero de los años bisiestos. Y ese día, que parece un regalo, una ofrenda que el año nos hace, tiene ese sabor de cosa no esperada, de lotería de hora, como si el tiempo, en un alarde de generosidad, nos ofreciese un poco de su fluir constante, deteniendo su marcha, para que con esas veinticuatro horas fabriquemos una nueva felicidad, una ilusión reciente.

No se sabe qué hacer con este regalo, nos gustaría llevar a cabo muchas cosas; leer ese libro que espera en nuestros estantes su momento oportuno, tantas veces demorado, dar ese paseo que vamos dejando de un día para otro, escribir aquel poema que oímos resonar dentro de nosotros en ritmo creciente, y al que la velocidad y el trasiego de las ocupaciones más urgentes nos han impedido hasta ahora dar forma a muchas cosas, almacenadas en el desván de los días que pasan, angustiados por la falta de tiempo y de ocasión propicia, querríamos este veintinueve de febrero darles cima realizarla. Nos parece que este día de más nos va a traer un feliz presagio, el cumplimiento de algún anhelado deseo, "la certidumbre de un sueño". Lo aguardamos con impaciencia y desazón, con algo de inquietud, como se espera una carta que nos trajera el anuncio, la noticia de un acontecimiento inesperado. Pensando en este veintinueve de febrero, en esa cola que le cuelga al mes, como las de aquellas cometas que subían al viento de los años infantiles, sospecha si no será falso el optimismo que sus horas próximas nos ofrecen, y recuerdo aquellos versos del estupendo poeta que fue y es Pedro Salinas: "Basta, no hay que pedir más/ luz, amor, treinta de abril./Hay que fingir que ya tienes/bastante.../que te sobra lo que queda de abril/después del treinta de abril.../Porque aquello, fecha, beso.../te parecía lo eterno/era lo último".

Porque el tiempo tiene su medida, porque las cosas son como son, y es una aventura difícil cambiarlas. Todo ha sido señalado en la órbita de nuestros pasos. O nada ha sido marcado y sólo depende del azar el que este suceso, aquella palabra sea pronunciada. Pero de todos modos este año, este mes, tenemos un día de repuesto, unas horas sobrantes, unos minutos preciosos que son nuestros, que tendremos en nuestro haber para llenarlos, para darles sentido de vida, para que nuestro pulso siga latiendo al compás de los relojes más lejanos y miremos todas esas cosas que se nos ofrecen abiertas a nuestro capricho y voluntad, y les tendamos la mano y las gocemos satisfechos, contentos de poder abrir los ojos y mirarlas, de ir descubriendo esa incógnita que esconden en sus aristas, esperando solamente que nosotros la adivinemos para darnos toda su esencia y verdad. No hay que despilfarrar esta moneda troquelada en esperanza, esta dádiva de segundos que, uno tras otro, va señalando la aguja de nuestro acompasado reloj. Debemos saber aprovechar este día veintinueve, estas horas que están ahí, fuera y dentro del tiempo, inéditas y vacías para que las colmemos y las hagamos sangre y savia de nuestro vivir.

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