Crítica | 'Doña Rosita, anotada'

No disparen al anotador

  • A Remón ha de aplaudírsele la intención, su inteligencia, su ahondar en un terreno siempre por explorar como la adaptación, pero al que es mejor ir siempre sin mapa ni coordenadas previas

Una imagen del espectáculo

Una imagen del espectáculo / Vanessa Rabade

Van tres espectáculos lorquianos esta temporada en el Teatro Alhambra. Tres. Si alguien creía aún que al poeta no se le hacían reverencias en su tierra, fuera dudas. Es complejo a veces acercarse a ellos. Pasan los espectáculos, y de Lorca, uno llega a la conclusión, más variopintos que sus textos son sus acólitos. Que ya es mucho decir. Para ellos, en la gran mayoría de las ocasiones, aparece Federico como una suerte de bastión a defender. Por razones estéticas, ideológicas… hay puristas a uno y otro lado. No es de extrañar. Es tal la potencia de su poesía, de su pensamiento, ese que ataca a lo más íntimo, a la carne como idea y no sólo como carne, que se convierte pronto en un asunto personal, de uno, tan estrictamente verídico como la longitud de una nariz o el color de los ojos propios.

Así, de su lectura, surgen como setas, en mayor o menor estatus, desde el académico al espectador medio, sentencias definitivas, sin lugar a la duda. A Lorca, principalmente, no se le pregunta, se le recita. Y así nos ha quedado el percal. Entre los que levantan de vez en cuando humildemente la mano para dialogar con su obra desde la extrañeza, y quienes defienden en crudo las esencias de una poética, la de Federico, que en el fondo las rechaza. Más mestizo, más extraño, más vanguardista que Lorca, difícil.

Ahí se apoya Pablo Remón. Doña Rosita Anotada es una propuesta que intenta acercarse a Lorca desde esa pregunta. En concreto desde la imposibilidad misma de acercarse a él en un principio. Porque Doña Rosita la Soltera y el Lenguaje de las Flores es un obra representada, estudiada, comentada, y analizada hasta la saciedad. Por muchas razones. Y quizás uno exagera, pero da la sensación de que podrían inaugurarse bibliotecas enteras de libros que sólo hablasen de ella. Y Remón lo sabe.

Por ello, al menos eso nos quiere contar, le cuesta entrar al trapo, como nos ha pasado a veces a muchos otros. Y desde este enfoque transcurre quizás la parte más brillante de esta pieza. En esa indecisión, cómica, de no querer adaptar otra obra de Lorca. En hacer explícito el diálogo mismo sobre el proceso de creación. Dos actrices y la proyección del director en escena. De inicio con tres módulos en negro, pero sensación de escenario vacío. Sin más adorno que la música de radiocassette de fondo. Y el director contándonos que Doña Rosita en principio ni fu ni fa.

Hay algo honesto, todo lo honesto que se debe ser en el teatro, en lo que confiesa un autor que no quería adaptar un clásico que no le produce inquietudes. Pero claro, es obvio que lo ha hecho. De las dos actrices surgen sus tías, su infancia, lo universal de la pieza, el concepto del tiempo, el aroma a Rosita que les escapaba a las dos y cómo se le aparecen para insistirle en que lo haga. Cambia la escena, los módulos se tiran al suelo y surgen habitaciones de su casa de niño, una nueva fecha donde transcurrirá la obra y la consiguiente adaptación. Más allá de lo acertado de la escenografía, del buen uso de la luz y de la belleza de algunas escenas que resultan de ambas cosas, algo se cae en la pieza con esos módulos.

Abandonada la indecisión, Remón relaciona, en ocasiones puede ser de forma algo desafinada o falta de ritmo, el texto con su vida, con sus fobias, sus filias, su propia lectura de la pieza. La obra se llama Doña Rosita, anotada, tampoco ha engañado a nadie. Pero cierta sensación de pornografía emocional y exceso de minutaje se palpa. Incluso parece algo cursi e incómodo la intromisión de tanto asunto presuntamente íntimo del autor sobre el escenario. Y sí, por tanto, habrá quienes denominen la propuesta de Remón como fallida. Ya saben, esos puristas, esos defensores de la esencia lorquiana, no paran quietos. Más cuando hablamos de algo parecido al inquietante término de "metateatro". Pero para el que ahora escribe, no es el caso.

A Remón ha de aplaudírsele la intención, su inteligencia, su ahondar en un terreno siempre por explorar como la adaptación, pero al que es mejor ir siempre sin mapa ni coordenadas previas. Comprender y hacer el texto propio quizás es lo más honesto siempre. Claro que hay errores, como en todas las piezas. Es lo que tiene, el teatro es un arte vivo. Y es fácil pensar que desde otros lugares u otros espacios de opinión, esta obra, afincada en el riesgo o la probatura siempre será sancionada a las primeras de cambio. Pero desde estas líneas, al menos, se defiende la valentía. A capa y escapada. Con la mano levantada para seguir preguntando. A Lorca o a quien sea.

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