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En las entrañas de Nueva York

  • Godey retrata en 'Pelham Uno Dos tres' la Nueva York de los 70, una ciudad caótica, hostil, sucia e inmersa en la debacle social sin nada que ver con ese cuadro pastoril que intenta vender la Historia reciente

John Godey Mondadori, Barcelona, 2009.

Hasta hace relativamente poco, nada más mencionar Nueva York, las imágenes que acudían espontáneamente eran las estampas patinadas del horizonte de rascacielos de Manhattan o las de la Estatua de la Libertad recibiendo altiva y cejijunta al viajero. En los últimos años, en este álbum inconsciente se han impuesto imágenes diferentes, las de dos aviones impactando en ralentí contra las Torres Gemelas o las de puntitos minúsculos (personas) saltando al vacío desde las ventanas de aquellos colosos en llamas. El Armagedón del 11-S ha cambiado la fisonomía y el aura de la ciudad más cosmopolita de los Estados Unidos y ha sepultado, según los publicistas más tendenciosos, un pasado idílico que en realidad nunca existió.

Pelham Uno Dos tres, una excelente novela de John Godey, retrata la Nueva York de principios de los 70. Una ciudad caótica, hostil, sucia e inmersa en la debacle social, sin nada que ver con ese cuadro pastoril con que pretenden maquillar la Historia reciente. En las calles neoyorquinas de entonces, la moneda corriente era el desempleo y la delincuencia, y la tensión racial de la época -Martin Luther King había sido asesinado apenas unos años antes- podía cortarse en rebanadas. Godey documenta el desprecio innato del blanco por el negro, la rabia depositada a lo largo de los siglos entre la población de color, también el servilismo de los afroamericanos más pusilánimes y la insensatez de los más inconformistas. Hoy, semejante retrato sería arrojado al saco de lo "políticamente incorrecto" (y sólo por ello, "jodidamente necesario"). La novela no está ambientada en la ciudad propiamente dicha, sino en sus entrañas, en la laberíntica red metropolitana neoyorquina, y saca a la luz lo que la Gran Manzana llevaba digiriendo hacía décadas.

La trama es sencilla: cuatro hombres armados secuestran un vagón del Pelham Uno Dos Tres y a sus ocupantes (el nombre del tren hace referencia a la terminal, Pelham, y al horario de llegada a ésta, las 1,23 de la tarde). Las instrucciones de los secuestradores son asimismo simples: si en el plazo de una hora no reciben un millón de dólares de la ciudad ejecutarán a un rehén por cada minuto de retraso en la entrega. No tienen nada que perder, excepto la vida, y se llevarán a quien haga falta por delante. El episodio ilustra bien una antigua reflexión del cineasta Paul Schrader, según el cual, al contrario que un ciudadano japonés -que cuando está desesperado, cierra la ventana y se pega un tiro-, el ciudadano norteamericano, cuando está desesperado, abre la ventana y se lía a tiros con los transeúntes. Cuestión de carácter. Cuestión de cultura.

John Godey comparte esta causticidad, pero no se deja llevar por arrebatos o frenesíes. La reconstrucción es magnífica: Pelham Uno Dos Tres cuenta la acción dentro del vagón secuestrado, la reacción de los sistemas de control y de los llamados agentes del orden, la participación de las fuerzas vivas, la de los medios de comunicación, la de masa que pulula en una estación de metro. El novelista resuelve la papeleta multiplicando los puntos de vista y relatando los hechos a través de una veintena de personajes. En este punto, no basta con hablar de "habilidad" para orquestar tal maraña de tramas, sino de un talento narrativo indiscutible. Godey recurre además a documentación de primera mano y a un enfoque cuasi periodístico, frontal, que otorga un plus de verosimilitud a la narración. De hecho, los sucesos están descritos con tanta minuciosidad y causaron tal impacto en su momento que las autoridades pertinentes tuvieron que cambiar la ruta y los horarios del metro para evitar que a algún mitómano le diera por emular las hazañas de los malhechores.

Pelham Uno Dos Tres, un atractivo viaje literario a una ciudad irremediablemente viva, a esos lugares que la propaganda oficial niega, a ésos que las guías turísticas rehúyen.

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