JAIME GARCíA-TORRES. escritor

"Como fiscal debo convencer y como escritor busco conmover"

  • El actual fiscal de la Audiencia Provincial de Granada publica 'El lector de sueños', su segunda novela protagonizada de nuevo por el famoso senador romano Marco Horacio

Jaime García Torres posando con 'El lector de los sueños' en la mano.

Jaime García Torres posando con 'El lector de los sueños' en la mano. / g.h.

Jaime García-Torres Entrala (Granada, 1965) es un claro ejemplo de persona cuyo cuerpo vive de la realidad y el alma de la imaginación. Licenciado en Derecho por la Universidad de Granada, actualmente ejerce como fiscal en la Audiencia Provincial de Granada. Por sus manos pasan cientos de casos que pueden ser novelables aunque él prefiere que su imaginación viaje a la antigua Roma. Tras su ópera prima El aroma de Bitinia, que le mereció el IX Premio de Novela Histórica Ciudad de Valeria, vuelve a la actualidad literaria con El lector de sueños. En ella, Marco Horacio, senador de Roma y miembro de una de las familias más influyentes de la aristocracia, vuelve a protagonizar la historia desarrollada dos años después de la anterior -en el 53 a.C.-. Un buen libro para leer este verano.

-¿Qué hace un fiscal escribiendo novelas históricas?

-Son actividades que se complementan perfectamente. En ambos casos hay que dirigirse a un auditorio para exponer tu opinión, y lo único que cambia es la motivación: como fiscal debo convencer; pero, como escritor, busco conmover. En el mundo de la justicia no hay lugar para el apasionamiento; y. si se quiere buscar la equidad, hay que actuar con objetividad, dejando a un lado los sentimientos. Con la literatura, sin embargo, puedes entrar en un mundo distinto, dando rienda suelta a la imaginación para remover el espíritu del lector.

-¿Es más difícil escribir una novela que preparar las conclusiones de un juicio importante?

-Sin duda alguna es bastante más difícil idear, diseñar y escribir una novela. Para un fiscal de ingreso puede resultar complicado elaborar las conclusiones de un proceso de relevancia; eso nos ha pasado a todos. Pero, después de casi veinticinco años, uno ya dispone de mecanismos suficientes como para poder improvisar un informe sobre la marcha, en función del desarrollo del juicio.

-Su primera novela tuvo un premio de novela histórica.

-Resultar ganador del concurso de Novela Histórica Ciudad de Valeria (Cuenca) en el año 2013 fue uno de los momentos más felices de mi vida. Y ser premiado en un certamen te abre muchas puertas en el mundo literario. No es lo mismo presentarte ante un editor como escritor novel que hacerlo con un galardón previo.

-En la novela El lector de sueños se ve que usted es un profundo conocedor de la vida cotidiana de los romanos del siglo I.

-Es cierto que intento documentarme a conciencia para escribir mis novelas. Pero, como siempre surge la duda de haber errado en algún concepto, y el temor de haberte dejado llevar por la pasión literaria, para El lector de sueños he decidido que todos y cada uno de los capítulos sean previamente analizados, en profundidad, por un experto que garantice el rigor histórico de la novela. En este caso, he tenido el honor de contar con el asesoramiento del historiador Héctor Manuel Vázquez Dovale, graduado en la Universidad Autónoma de Madrid.

-¿Cómo era aquella época y aquella vida?

-Magnífica para los poderosos, pero miserable para la plebe, que se limitaba a vagar por la ciudad de Roma mendigando trigo y diversión. Y no deja de llamarme poderosamente la atención el hecho de que, aunque el sistema de elección de gobernantes era presuntamente democrático, en los comicios no tenía el mismo valor el voto de un plebeyo con escaso poder económico que el de un senador; y, pese a ello, todos cumplían escrupulosamente con su derecho al voto.

-¿Qué tenía aquella época que no tiene ésta?

-Principalmente, que se trataba de una sociedad esclavista. Desde el punto de vista literario, la figura del esclavo me ha dado mucho juego para poder construir una historia que conmueva, pues mantener un diálogo con un esclavo, que no tiene más valor que un simple objeto, da lugar a situaciones que, en unos casos, pueden provocar la hilaridad en el lector; y, en otros, un profundo sentimiento de tristeza y compasión.

-Relata usted muy bien detalles de las culturas romana y griega, en las que se basan nuestra propia cultura.

-Me gusta ambientar mis novelas haciendo ver al lector que situaciones que se vivieron hace dos mil años se siguen repitiendo en la actualidad. Pero sin olvidar nunca que la novela pertenece, por definición, al género narrativo, y la ambientación histórica es un elemento más de la obra, un adorno, cuya función no es otra que llevarnos a un escenario del que luego surgirán, entre bastidores, los personajes, que son los que llevarán el peso de la obra. Si el escritor se limita a ser un mero narrador de hechos históricos, se pierde la esencia de la novela.

-Hay una cosa que me ha llamado la atención. Los capítulos los encabeza con un nombre que protagoniza el capítulo.

-Cada capítulo se ha encabezado con el nombre de un dios o un héroe mitológico romano, griego o fenicio, que va a tener relevancia en lo que luego se narra. La sociedad romana, al igual que la griega, era politeísta, y todos los dioses imaginables tenían cabida en su universo. De hecho, el romano solía introducir en sus oraciones diarias una fórmula del estilo "… y resto de dioses, todos los que seáis…" para evitar tener que lamentarlo el resto del día.

-¿El Marco Horacio de su novela sería hoy un playboy?

-Yo lo definiría más bien como un gentleman, una persona con una posición social privilegiada pero, a la vez, refinada, erudita y elegante en sus formas. También con un punto seductor, pero sin llegar a la ostentación que se le presupone al playboy.

-Es difícil escribir sobre el poder romano sin que haya de por medio intrigas palaciegas ¿no?

-No es posible escribir sobre el poder y la ambición sin hacer mención a las intrigas. De hecho, en el sorteo de provincias del primer capítulo de la novela ya se menciona que las vasijas que contenían los nombres de los candidatos y los de las provincias portaban 'bolas calientes'. Y el elegido tuvo que fingir cuando escuchó el resultado, poniendo cara de sorpresa, pese a que todos los senadores eran conscientes de que el sorteo se había amañado.

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