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Un flechazo con la música rusa

  • La Philharmonia Orchestra seduce al Festival con una deliciosa selección de obras de Chaikovski, Stravinski y Shostakóvich y un Heras-Casado pletórico

Pablo Heras-Casado disfrutó del concierto en el Festival que dirigirá dentro de unos meses.

Pablo Heras-Casado disfrutó del concierto en el Festival que dirigirá dentro de unos meses. / REPORTAJE FOTOGRÁFICO: carlos gil

La noche de ayer en el Palacio de Carlos V prometía. Prometía muchísimo. El director de orquesta Pablo Heras-Casado volvía a pisar el idílico espacio cinco años después de su último concierto. Lo hacía de un humor excelente, explicaba horas antes, y en calidad de futuro director del Festival, cargo que empezará a asumir oficialmente en septiembre de este año en sustitución de Diego Martínez. Las circunstancias no podían ser más propicias y el público, su público granadino, no le falló.

Decenas de personas, algunas incluso "nerviosas" por "el gran acontecimiento", en palabras de varios de los espectadores, se concentraban en la puerta media horas antes del comienzo. Gran acontecimiento, sí, porque el recital de precisión milimétrica no sólo reunió a un Heras-Casado en plena forma -¡Qué vivacidad! ¡Qué elegancia!-, sino también a la extraordinaria Philharmonia Orchestra de Londres tras 12 años sin pisar el Festival de Granada; y a la joven y talentosa violinista Esther Yoo en calidad de solista invitada, que tocó ni más ni menos que con un Stradivarius -de pie y sudando la 'camiseta'-.

Yoo dio una lección de virtuosismo durante 45 minutos que dejó al público boquiabierto

El conjunto de virtuosos se mostraba puntual en el Palacio de Carlos V, lleno hasta la bandera y con decenas de abanicos al compás, con una deliciosa selección de piezas firmadas por tres grandes compositores rusos: Dmitri Shostakóvich, Piotr Ilich Chaikovski e Igor Stravinski. La orquesta filarmónica arrancaba el concierto con la enérgica y solemne llamada de la fanfarria inicial de la Obertura Festiva en la mayor, op. 96, de Shostakóvich. Esta obra fue un encargo de última hora paraconmemorar la celebración de la Revolución de Octubre de 1917, cuyo carácter festivo se aprecia desde el inicio y se extiende ya desde el primer tema expuesto ágilmente por el clarinete, retomado por las cuerdas y explotado por el viento metal grave, dentro de un vibrante presto.

La majestuosidad y lirismo del segundo tema (en violonchelos y trompas), la reexposición o el apoteósico final que retoma la fanfarria inicial, es una muestra de la solvencia del gran sinfonista ruso, quien escribió esta obertura de un único plumazo, tan sólo tres días antes de su estreno en el Teatro Bolshoi de Moscú, en 1954. El director Valery Gergiev en el documental de Larry Weinstein sobre el brillante músico, muy crítico con la dictadura estalinista, -Sinfonías de guerra: Shostakóvich contra Stalin-, afirmaba que las "presiones" habían empujado al compositor a escribir "su mejor música". Los asistentes al concierto dieron fe de ello durante los siete minutos que duró esta aplaudida Obertura festiva, dirigida con efusividad por un Heras-Casado pletórico e interpretado por una orquestra elegante, versátil y con sangre. El atractivo aperitivo no hizo si no animar una deliciosa velada, en la que el bochorno fue también protagonista.

La energía, el profundo lirismo y la brillantez técnica se unieron magistralmente en el Concierto para violín en re mayor, op. 35, compuesto por Chaikovski en 1878, tras superar un estadio de convulsión anímica. El músico fue siempre sensible a las críticas sobre su genio creador, y su enlace con Antonina Milyukova -quien conocía las inclinaciones homosexuales de su marido, además de las dificultades económicas que atravesaba- avivó este tipo de declaraciones, resquebrajando completamente su frágil autoestima. Su recuperación pasó por una rápida separación y un viaje por Europa. Finalizó la Cuarta Sinfonía, la ópera EugeneOneguin y bosquejó el concierto, terminado a su regreso a Rusia, en colaboración con su amigo violinista Joseph Kotek.

El Allegro moderato inicial conjuga un gran lirismo con la explotación del lenguaje idiomático del violín (dobles y triples cuerdas, arpegios, armónicos), cuyo punto álgido se alcanza en la cadencia, situada -igual que lo hacía Mendelssohn- antes del desarrollo. El Andante -Canzonetta- es un aria de atmósfera melancólica, donde el viento madera (especialmente, el clarinete) toma protagonismo. El violín de Yoo parecía llorar durante esta parte. A sus 23 años, la norteamericana dio una lección de virtuosismo de pie durante 45 minutos que dejó a más de uno boquiabierto. Los pocos momentos que dejaba de tocar se balanceaba levemente al compás de la música. "¡Bravo!", gritaba una mujer que se levantaba de la silla tras la ejecución de la pieza. "Muchas gracias", alcanzaba a contestar Yoo en español. Acto seguido, se atrevía con un bis, también de Chaikovski, sola en el escenario.

Técnica impecable vestida de azul eléctrico -el color del vestido de la violinista- que catapultó con rapidez a la siguiente obra, El pájaro de fuego de Stravinsky, un trabajo de escenario que causó una inmediata impresión en París.

El azar quiso que A. Liadov renunciase a poner en música el libreto del coreógrafo y bailarín M. Fokine, llegando el encargo para los Ballets Rusos de S. Diaguilev hasta Stravinski. El enorme éxito que obtuvo con el estreno de este primer ballet en la Ópera Nacional de París en 1910, le consagró como compositor a nivel internacional, pues la obra aúna el colorido tímbrico propio de los impresionistas franceses, el exotismo heredado de su maestro Rimsky-Korsakov y, por su puesto, su personal explotación de los colores orquestales y de las irregularidades métricas como elemento expresivo y dramático (también presentes en Petrushka y Le sacre du printemps). Heras-Casado se enfrentaba aquí a uno de los mayores retos de la noche, una bella pieza que se sirve de métrica y ritmo para contar una leyenda popular rusa, superado con creces en una suerte de flechazo entre la prestigiosa Philharmonia Orchestra y la música rusa.

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