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La generación perdida

  • La editorial Almed publica 'El español', tercer volumen de las obras completas de Blanco White en las que ahonda en el futuro de la monarquía y las colonias de Ultramar

En su Historia de la literatura española, Ángel del Río llama con acierto La generación perdida a todos aquellos hombres que, en el siglo romántico, abandonaron el solar hispano en busca de un paisaje, de un gobierno, de una vida más hospitalaria y de menor turbulencia. Éste es, sin duda, el caso de Blanco White, cuya nación sevillana no le impidió marcharse a Londres (más bien al contrario), cuando las tropas napoleónicas se acercaban a la capital del sur, poniendo en fuga a los miembros de la Junta Suprema. Ocurría esto en el 1809, y Blanco White tomó la determinación, hondamente sopesada, de marcharse para siempre al extranjero, obligado tanto por la dramática situación del gobierno español, como por la difícil relación del periodista con el Santo Oficio. Así lo cuenta White en su Autobiografía, y así se deduce del numeroso exilio que se encontraba, ya por entonces, en la ciudad del Thamesis.

Fruto de su estancia en aquella metrópoli, son los números de El Español que se recogen en este tercer volumen de sus obras completas, cuya edición ha estado a cargo de los profesores Antonio Garnica, José María Portillo y Jesús Vallejo. En concreto, se trata de los números 4, 5 y 6, que se corresponden con los meses de julio, agosto y septiembre de 1810. Con la expresión de generación perdida, Del Río se refería a dos fenómenos inmediatos: la descapitalización humana de un país en llamas, y el influjo extranjero que, a través de la emigración, trajo a estas costas el movimiento romántico. En el caso de Blanco White, es cierto lo segundo, pero no tanto lo primero. Con El Español, revista mensual de carácter divulgativo, la participación del escritor en el debate político español es de suma importancia. En estas páginas se dirimirán cuestiones cruciales sobre el futuro de la monarquía como la forma de las futuras Cortes y la relación de la península con las colonias de Ultramar. Tanto por su posición a favor de unas juntas propias en América, como por la defensa de unas Cortes donde se hallen representados los países bajo soberanía española, los liberales de Cádiz acusarán a White de independentista y, quizá, de traidor a la patria. Sin embargo, White, consciente de la necesidad de articular una defensa eficaz y unos recursos abundantes en tierra no ocupada, esto es, en la América española, veía en este cauce el modo más apropiado para vincular definitivamente aquellas latitudes a la causa común contra la invasión francesa. Como sabemos, no resultó de aquel modo, y la independencia de las colonias se declaró como una vasta erisipela por todo el Nuevo Mundo.

Poco tiempo después de aparecido el último número de El Español que aquí se contiene, darían comienzo una Cortes acorraladas en el confín peninsular, y con una menguada representación de los españoles ultramarinos. De ahí, repetimos, la importancia de estas páginas de El Español, donde a la teoría política, a las noticias de última hora, se suman la recensión de los viajes de Humboldt por tierras de la España americana, o el juicio erudito de Jovellanos sobre la naturaleza y las funciones de la Junta Central, viajera infausta de Madrid a Sevilla, y de Sevilla a Cádiz. El interés de esta publicación, por tanto, es de primer orden, y ello por el peculiarísimo momento en que se da a la imprenta. Se trata de definir, de estructurar el poder político de un país invadido, semanas antes de que tome una forma estable. Sin duda, las exigencias británicas a este respecto, como aliados de un gobierno frágil, fueron determinantes. Pero también es cierto que el carácter apresurado de las Cortes dio sólidos argumentos a sus detractores.

En la dicotomía de afrancesados y patriotas se ha querido ver el origen de las dos Españas que cantó Machado. Sin embargo, a primeros del XX, don Claudio Sánchez-Albornoz se preguntaba ya si esta fractura había nacido bajo el reinado de Felipe II o tenía un origen más remoto. Blanco White, el sacerdote, el periodista, el poeta, el liberal, el protestante, el exiliado Blanco White, pertenece a no dudarlo a la dolorida raza de los itinerantes. A una segunda o una tercera España en el exilio, desde cuyas brumas quiso seguir compartiendo el destino aciago de sus compatriotas. El título de El Español deja bien claro el linaje y las lealtades de White en tierra extraña. En estas páginas late, con determinación y urgencia, una España que nunca llegó a ser. Una de tantas. Sobre el menguado imperio español se cernían ya la soberbia ignorante de Fernando VII y la obstinada costumbre de las guerras carlistas.

José Blanco White. Obras completas vol. 3. Almed. Granada, 2009. 239 páginas.

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