Entrevista a José Carlos Rosales, poeta

“Se habla de necesidades alimentarias o afectivas, pero de las poéticas muy poco”

  • El poeta granadino regresa a las librerías con Años larguísimos, una antología publicada en Juancaballos que recopila textos dispersos publicados en revistas o que circularon de forma oral

“Se habla de necesidades alimentarias o afectivas, pero de las poéticas muy poco”

“Se habla de necesidades alimentarias o afectivas, pero de las poéticas muy poco”

–En la nota aclaratoria que abre Años larguísimos se especifica que el libro es un poemario construido para hilvanar “una cadena de instantes o vivencias hasta convertirlos en una historia”, como un álbum de fotos. El repaso de esas imágenes, ¿qué sensaciones le evoca?

–Esas sensaciones han ido alternándose: cuando estaba buscando los poemas, y recuperando la ocasión en la que surgieron, sentí algo de vértigo, han pasado demasiados años, han muerto algunas de las personas con las que los compartí y el mundo ya no es como era. Luego, cuando el libro se publicó, me sorprendieron ciertas constantes temáticas o rítmicas de las que no era muy consciente. Y ahora tengo una relación muy tranquila con este libro, confío en él, es como si me viera en un espejo, como si mirara una panorámica de mi trabajo poético, el conocido y el desconocido.

–Exceptuando la última sección, todos los textos aquí recopilados han sido publicados en revistas o sólo han circulado de forma oral. En el anexo final sobre sobre la difusión de los mismos señala que algunos pertenecían a obras cuyas galeradas dejó sin corregir por inseguridad: “Por no estar convencido que el libro estuviera a la altura de mis propósitos”. ¿Qué le animó a recopilarlos ahora aquí?

–Esos poemas están aquí porque ya fueron impresos o leídos en distintos lugares, algunos circularon en revistas o folletos, era algo que no podía evitarse. Además, el tiempo pasa y mis prevenciones ya no son las que eran.

–No ha querido corregir el pasado ni siquiera para obviar “algunos poemas vinculados a situaciones o personas cuya cercanía acabó debilitándose poco a poco”. ¿Ha sido una decisión que necesitó meditar? ¿Cómo cree que serán recibidos en el nuevo contexto?

–Al principio pensé prescindir de algunos poemas vinculados a ciertas personas que ya no son para mí lo que fueron en el pasado. Hubiera podido mentirme a mí mismo, pero me pareció pueril, sería como recortar en una foto la imagen de aquellos que te defraudaron, en fin, esos poemas existen, esas experiencias ocurrieron, sería absurdo negarlo. Supongo, también, que esos poemas siguen teniendo sentido, que van más allá de sus circunstancias.

Años larguísimos, como señala Justo Navarro, está dotado de “una coherencia absoluta”. Y eso que recoge poemas desde 1968, cuando era aún alumno de los Maristas, hasta del año 2018. El verso que aparece en un texto de 1971 luego da título a un poema de 2018 y también al libro. Ese cierre de círculo perfecto, ¿ha sido natural o sólo la literatura permite encajar las cosas en su sitio?

–Yo creo que pasan las dos cosas: los primeros títulos que pensé no acababan de encajar, no representaban lo que el libro quería ser. Así que me dejé llevar, como en tantas otras ocasiones, del aforismo de Juan Ramón Jiménez con que se abre este poemario: “El nombre del libro siempre está en el libro”. Repasé varias veces sus páginas hasta tropezarme con el verso de “años larguísimos” y me di cuenta que ese era el título que estaba buscando: sugiere un extenso marco temporal y, además, resume uno de los sentidos del libro, el de ser una especie de balance o inventario de tentativas y recursos. En fin, más tarde escribí el poema al que se refiere, así que podría decirse que todo acabó encajando de forma natural.

–¿Ese medio siglo redondo recogido en el libro puede servir también de memorias vitales? ¿Hay una maduración en el paso desde esos deseos de felicidad juveniles del “y yo me desbocaba por ver el cielo-noche / por hablar y reírme y no pensar en nada” de Vanagloria del tiempo en varios tonos (1969) a una mayor conciencia social en el Epigrama de 1976 cuando el país se divide ya entre “los que esperan el fin de semana / y los que esperamos el fin de la opresión /, la dictadura,/ el miedo”?

–Yo diría que no sólo hay una memoria vital, también hay una memoria poética o, vinculando ambas vertientes, podría decirse que este libro es una especie de autobiografía poética, algo así como una autobiografía poética privada. En fin, espero que haya maduración, pero también confío en que los deseos juveniles sigan ahí, en cada página.

–En ese primer apartado, Poesía dispersa (1968-1978), ¿cree que las imágenes del álbum pasan de personales a sociales? ¿De retratar las vivencias personales de un joven a las de una España de “ciudades congeladas” y de una Andalucía en la que “nuestra mejor propaganda es la miseria”?

–Sí, creo que sí, creo que lleva razón, pero también pienso que esas etapas no son sólo fases sucesivas, son más bien capas que van superponiéndose, unas se suman a las otras, ninguna desaparece. Y, aunque algunas no sean muy visibles, todas están ahí, son como los anillos de un tronco, sin la presencia de los anillos anteriores ninguno de los que van después podría sostenerse.

–El capítulo se cierra con unos versos de 1978: “Votan pena de muerte y al agua forma estanques. / Llueve sobre mojado. / Muchos se obstinan en seguir con las gafas”. ¿Hubo decepción por la Transición?

–No, la Transición no me decepcionó, lo que me decepcionó fue la gestión irresponsable que se hizo de los valores programáticos constitucionales, ya desde las primeras elecciones constitucionales, en 1979. Y sobre el verso que citas hay que decir que fue escrito en 1978, mientras estaba redactándose nuestra Constitución, donde la pena de muerte siguió vigente para tiempos de guerra. Si no me equivoco, esa anomalía no se corrigió hasta el año 1995 o 96.

–El bloque más voluminoso es el tercero, el de Poemas accidentales (1992-2018). Es el que contiene esas composiciones que Justo Navarro denomina “poesía sociable”: poemas surgidos de circunstancias sociales, de conversaciones de amigos, brindis, despedidas... ¿Es el apartado más alegre?

–Yo creo que sí, entre otras razones porque esa sección está llena de experiencias felices, vivencias que no son sólo vivencias personales, cualquiera de los lectores habrá vivido situaciones semejantes.

–El volumen recoge uno de los mejores poemas sobre Granada, Aterrizaje imaginario. ¿Considera exclusiva de esta ciudad “esa cultura triunfante, más bien cultura mendicante”?

–Me parece que esa situación mendicante de la cultura es demasiado frecuente en nuestro país, una situación que se combina con otras situaciones más provechosas o felices, hay excepciones muy valiosas, pero son excepciones, ahí está el acoso reciente de Hacienda a los creadores jubilados… Y refiriéndome a nuestra ciudad, tengo la impresión de que en Granada, bastante más que en otros lugares, predomina de manera insolente esa situación mendicante. Y es que, en líneas generales, los que trabajamos aquí en el campo de la cultura adoptamos un perfil de mendigos, así se nos ve y así actuamos, siempre esperando unas migajas después de los banquetes urbanísticos o turísticos o deportivos. Y esa penosa situación no permite el flujo fértil de criterios o matices distintos de los que flotan en los despachos oficiales.

–El bloque cuatro, Dos poéticas, recoge sólo un par de textos que resumen sus razones para escribir un poema, ese “espacio para poner a salvo lo que el mundo desprecia”. Esa vocación literaria, ¿ha merecido “tanto esfuerzo, tanta entrega sin límite” como dice su poema Años larguísimos?

–Eso nunca se sabe, sobre todo si trabajas en el terreno de la cultura. Y más si te dedicas a una tarea como la de fabricar poemas. Unos fabrican zapatos, otros plantan olivos, y nadie duda de la utilidad del aceite o del calzado. Y aunque un agricultor pueda no estar seguro del resultado feliz de sus esfuerzos, nadie pone en duda la necesidad de lo que produce. ¿Y un poeta? ¿Acaso son necesarios los poemas? Me parece que mucha gente no tiene conciencia de sus necesidades poéticas y casi nadie se plantea cómo satisfacerlas de una manera eficaz y sostenible. Se habla de necesidades alimentarias o afectivas pero de las necesidades poéticas, muy poco. Pero los seres humanos tenemos necesidades poéticas, y ese es uno de los rasgos que nos diferencia del resto de los animales. Alguien tendría que pensarlo: si los que abusan de la comida chatarra pueden padecer graves insuficiencias alimentarias, ¿qué carencias tendrán aquellos cuyas necesidades poéticas se resuelven acudiendo a lo que podríamos llamar literatura chatarra, literatura precocinada, una literatura donde los conservantes artificiales han impuesto su ley?

–El quinto apartado De Memorias de una piedra es un adelanto del libro de poemas (la mayoría inéditos) en el que trabaja desde 2015. ¿Por qué esas imágenes repetitivas de la piedra y el autobús?

–Todavía son imágenes imprecisas, tendré que acotarlas, descubrir las consecuencias de su valor simbólico; los clásicos comparaban la existencia con una travesía marítima, la vida era un río… No sé, ahora la vida quizás sólo sea un trayecto en autobús; y nuestras aspiraciones o temores, una pequeña piedra manoseada que no sabemos dónde poner o qué hacer con ella.

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