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Nuestro hombre en Vietnam

Imagino que un escritor de la talla de Graham Greene no necesita presentaciones. Sus principales obras, creo, deberían ser de todos conocidas: El poder y la gloria, Nuestro hombre en La Habana, El factor humano… Lo que quizás no conozcan sea su faceta como crítico de cine en los años 30; un crítico bizarro, no infalible (Y quien esté libre de pecado que tire la primera piedra). En tales vestes, por ejemplo, Greene se ensañó con un cineasta entonces prometedor, Alfred Hitchcock, sin reconocer que existían afinidades electivas y afectivas no despreciables entre ellos, empezando por una misma formación católica (en un país en donde los católicos son minoría) y acabando por un gusto común por tramas en las que abundan las disquisiciones sobre el Bien y el Mal. Su interés por el medio, llevó a Greene a participar en la adaptación de media docena de sus novelas, todo lo cual se tradujo en una notable influencia del cine en su narrativa. En su introducción a El americano tranquilo (Cátedra), Fernando Galván habla de "técnicas cinematográficas y periodísticas, como el montaje, [y] el recurso a ciertos primeros planos que aparentemente no guardan relación con la narración lineal que se sigue".

El protagonista de El americano tranquilo, Thomas Fowler, es un corresponsal británico en Saigón, corre al año 1952, a quien uno imagina con los rasgos del propio Greene (El escritor puso efectivamente mucho de sí en el personaje). Fowler lleva varios años cubriendo un conflicto bélico que acabaría exasperándose en la década siguiente: las colonias francesas en Indochina se han alzado contra la Metrópoli y Estados Unidos está metiendo la patita para mermar la influencia gala en la zona y frenar el avance de la bestia comunista (El tiro, como sabrán, le salió por la culata). El triángulo protagonista cumple una función claramente alegórica: Fowler, un hombre de mediana edad, descreído y escarmentado, personifica a la Vieja Europa; su amante vietnamita, la hermosa Phuong, simboliza la tierra codiciada por todos, mientras Pyle, un joven sano e idealista, encarna la imagen con que el american way of live se vende al mundo. Greene denuncia el intervencionismo estadounidense a través de un individuo cuya "inocencia" deviene tan peligrosa como la maldad en otros: Pyle ayuda a la insurgencia sin importarle la muerte de civiles, los llamados "daños colaterales". En unas declaraciones recogidas por Fernando Galván, Greene afirmaba: "estoy dispuesto a aceptar prácticamente cualquier cosa que pueda fastidiar la política exterior de Estados Unidos. Reconozco que esto puede parecer bastante simplista, pero es así".

Hasta la fecha, esta magnífica novela ha sido objeto de dos versiones. El americano tranquilo (1958), escrita y dirigida por Joseph L. Mankiewicz, es una adaptación respetuosa con la trama, no así con el mensaje. En una labor de reescritura harto sospechosa, Mankiewicz convirtió a Pyle (Audie Murphy) en una víctima de las circunstancias y a Fowler (Michael Redgrave) en un tipo resentido que se deja llevar por los celos. Nada queda de las críticas a las injerencias yanquis en el sureste asiático: el americano actúa por su cuenta, de buena voluntad, no a las órdenes del gobierno. La elección del actor protagonista apuntala la mixtificación: Audie Murphy se había hecho famoso por haber sido el soldado norteamericano más condecorado durante la II Guerra Mundial; tras la contienda, tuvo una carrera cinematográfica no despreciable: más de cuarenta películas en veinte años. Al elegirlo a él -un héroe con los papeles en regla- se elimina de un brochazo la doblez del personaje. Greene, disgustado, publicó una carta en The Times: "Soy lo suficientemente vanidoso -decía en ella- para creer que mi obra sobrevivirá muchos más años que la incoherente película de Mr. Mankiewicz".

Estoy convencido de que la versión de 2001, El americano impasible, tampoco le habría gustado. Este film recupera la voluntad crítica, pero falla estrepitosamente en la construcción dramática. Fowler (Michael Caine), perro viejo, se enfrenta a Pyle (Brendan Fraser), perro joven y en apariencia manso, por el amor de Phuong (Do Thi Hai Yeng), cuya belleza tiene una función puramente ornamental. El libreto escrito por Christopher Hampton y Robert Schenkkan hace cambios y aportaciones muy inteligentes, pero el director Phillip Noyce manda todo a pique; su puesta en escena es meramente ilustrativa, superficial, carece de nervio. A partir del ejemplo de estas dos adaptaciones, me permitiría darle un consejo al lector cinéfilo: Nunca juzgue un libro por las películas que ha inspirado.

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