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El lado tierno de su Satánica Majestad

  • Malpaso publica 'Gus y yo', el relato ilustrado para niños en el que Keith Richards cuenta cómo su abuelo le enseñó a tocar la guitarra

Hasta los mismos Evangelios retratan a los demonios con hábitos familiares: cuando uno de ellos encuentra un corazón humano en el que se siente a gusto, llama a los suyos más cercanos y se instalan allí en plan hogareño. A Keith Richards (Dartford, Inglaterra, 1973), guitarrista, miembro fundador de The Rolling Stones y responsable al 50% de los grandes (y pequeños) éxitos de la banda, le persigue toda una leyenda demoníaca desde que ya a comienzos de los 60 comenzara a pasar noches en el calabozo por la posesión y el consumo de LSD. Tanto o más legendarias fueron sus escapadas con Anita Pallenberg a Torremolinos y Tánger, y el sueño que inspiró al genio el riff de (I can't get no)Satisfaction en la cama en plena cogorza. La leyenda, en cualquier caso, ha perseguido a Richards hasta la madurez, a veces con sentido del humor, como las últimas cancelaciones de conciertos de los Stones a cuenta de dedos fracturados o desafortunadas escaladas a las cimas de palmeras polinésicas, razones tachadas de cortinas de humo por los mal pensados de siempre. Pero resulta que Keith Richards es también un hombre de familia. En este asunto se cuelan igualmente leyendas dignas de arrebatos haitianos; el mismo héroe afirmó en 2007 al NME que había esnifado las cenizas de su padre con esta expresión: "Me hice un tirillo". Pero ahora, a punto de cumplir 71 años (caerán el próximo 18 de este mes), Richards ha decidido mostrar su lado más tierno como hombre de familia. Y para ello nada mejor que un libro infantil dedicado a sus nietos, Gus y yo, en el que narra cómo aprendió a tocar la guitarra de la mano de su propio abuelo y que, para que todo quede en casa, ilustra de manera muy hermosa su hija Theodora Richards. Ahora, la editorial Malpaso, bajo su sello homólogo dedicado a la literatura para niños Malpasito, acaba de publicarlo en España, con la traducción de Bernardo Domínguez Reyes. Un aviso: si barajaban una opción de este corte como regalo navideño para sus hijos, no se lo piensen dos veces. Es una verdadera delicia.

Convendría recordar, por si acaso, que Richards es uno de los guitarristas más importantes del último siglo, y no sólo por la admiración que han profesado hacia él maestros como Paco de Lucía. La revista Rolling Stone le concedió en su día el cuarto puesto dentro de la lista de los cien mejores guitarristas de la historia del rock, y lo cierto es que sería directamente imposible entender el género sin su aportación. Sus riffs, toda una síntesis de la mejor tradición heredada del blues, constituyen, tal vez, la primera arquitectura de la música popular contemporánea. Donde otros guitarristas ponen virtuosismo y exceso, Richards derrocha naturalidad y un instinto para el tono que delata ciertamente, por su asombrosa facilidad, las mismas inspiraciones demoníacas que excitaron a Robert Johnson. Lo que otros guitarristas cuentan en largos solos, Richards sabe decirlo en sólo cuatro notas. Por eso constituye un raro placer saber que fue su propio abuelo, Theodore Augustus Dupree, más conocido como Gus, quien le introdujo en el arte de la música cuando aún era un niño. Cuenta Richards que Gus "tocaba el piano, rasgaba el violín, soplaba el saxo y tañía la guitarra. Había soldado y pastelero y en otro tiempo dirigió una orquesta de baile". Con un estilo directo, sencillo, sin artificios, como hilado en una conversación de mesa camilla, Richards narra cómo su abuelo y él realizaban excursiones junto al perro del primero, el señor Thompson Wooft, a los lugares más dispares del entorno de Londres desde Dartford, tanto que alguna vez pasaron toda una noche bajo un árbol de tarde que se les hizo. Una de aquellas excursiones terminó en un taller de instrumentos a donde Gus acudió a comprar cuerdas. Y el hechizo fue inmediato: Keith recordó la guitarra que el abuelo Gus tenía puesta siempre sobre su piano y decidió que quería aprender a tocarla. Gus transigió, y el niño empezó a probar con sus dinka-plink hasta que el abuelo le puso la clave en bandeja: "Cuando aprendas a tocar Malagueña, podrás tocar cualquier cosa". Y allí que se lió el futuro compositor de Paint it black a probar la melodía de Ernesto Lecuona. Cuando al fin la bordó, Gus le dio su aprobación: "Creo que le has pillado el truco". Vaya que sí.

La edición de Gus y yo que llega ahora a las librerías contiene un CD en el que se escucha al actual Keith Richards tocar Malagueña a la guitarra acústica antes de narrar su cuento de su propia voz y de recomendar al oyente que "se siente y se ponga cómodo". Al final, a modo de epílogo, el libro presenta un recorrido biográfico en palabras e imágenes de Keith Richards y su abuelo Gus, en el que se recuerda que el Stone tiene una colección de más de 350 guitarras "pero nunca ha olvidado aquélla con la que su abuelo le enseñó a tocar". Y el mismo Richards escribe, como colofón: "Ese vínculo tan especial entre abuelos y nietos es una experiencia única que debemos atesorar. Ojalá yo sea un abuelo tan maravilloso como Gus". Sí: el diablo tenía corazón.

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