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Bajo la larga sombra de Fritz Lang

Drama-intriga, EEUU, 2009, 105 min. Dirección y guión: Peter Hyams. Intérpretes: Tony Bentley, Michael Douglas, Lawrence P. Beron, David Born, Edrick Browne, Megan Brown, Stephanie D. Brown, Crystal Brown-Tatum, Michael Byrnes. Cines: Cinema 2000, Kinépolis.

Con Capricornio Uno (1978), Atmósfera cero (1981) y Los jueces de la ley (1983) Peter Hyams prometió cosas que después no cumplió. Atreverse a rodar una segunda parte de 2001: una odisea del espacio (2010: odisea 2, 1984) pareció ser la maldición que malogró una carrera de inicios tan prometedores, como si la obra maestra de Kubrick fuera una tumba egipcia que nadie puede profanar con segundas partes sin suscitar la venganza del faraón-realizador. En efecto: desde aquellos lejanos años hasta hoy Hyams sólo ha rodado una obra de cierto interés (The Relic) y un largo puñado de naderías. Más allá de la duda pertenece a esta retahíla de naderías. Con el agravante de repetir el gesto de soberbia que le valió la condenación cinematográfica hace justo 25 años: si entonces se consideró con las fuerzas suficientes para ser continuador de Kubrick, ahora se cree con las necesarias para hacer un remake de un film noir rodado por Fritz Lang en 1956, su última película americana antes de volver a Alemania para filmar El tigre de Snapur y La tumba india.

El interesante, aunque algo truculento, guión del filme de Lang estaba firmado por Douglas Morrow, guionista y productor de breve carrera cinematográfica (aunque brillante: ganó el Oscar por The Stratton Story) y de larguísima carrera televisiva; se adscribía a las líneas de la izquierda liberal del Hollywood de los 50 que apoyaba la lucha por los derechos civiles de los negros, condenaba la pena de muerte, criticaba el sensacionalismo periodístico o denunciaba las corruptelas del sistema. Para Lang, además, los posibles fallos del sistema judicial, la falta de garantías procesales o la pena de muerte eran temas de gran interés desde los tiempos alemanes de M, el vampiro de Düsseldorf o desde los primeros tiempos hollywoodienses de Furia. Pero en Lang, como en todos los grandes realizadores, los temas y los guiones sólo adquirían significado a través de su tratamiento visual. Y siendo el suyo uno de los estilos más rebuscadamente simplificados de la historia del cine, volver a rodar un guión filmado por él es correr innecesariamente el peligro de hacer el ridículo.

Hyams no lo ha tenido en cuenta, como no lo tuvo cuando se metió en los zapatos de Kubrick; y, si no llega a hacer el ridículo, sí que ha añadido otra fruslería a su filmografía. Una fruslería entretenida, correctamente realizada y -como siempre en su caso- efectistamente fotografiada; pero fruslería al fin, apta para visión doméstica de sobremesa veraniega o de noche invernal; pero sólo aceptable en la pantalla grande que gente como Lang hizo aún más grande. Desplazar el núcleo argumental de un alegato contra la pena de muerte (versión Lang) a la denuncia de un fiscal corrupto (versión Hyams) quita fuerza a la historia del periodista que no duda en incriminarse y jugarse la vida para lograr su objetivo. Lo mejor, el malo interpretado por un Michael Douglas que, por una vez, recuerda los tensos registros dramáticos de su padre.

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