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Un líder para tiempos de guerra

  • Una muestra inaugurada ayer en el Hospital Real recoge la figura del Gran Capitán Expone material bélico y armas de guerra

En una magna exposición itinerante por la principales plazas españolas que se inauguró ayer en Granada aparece la figura de Gonzalo Fernández de Córdoba El Gran Capitán. Su dedicación a las armas hispánicas y sus valores extraordinarios en un tiempo que la Edad Media mutaba a la Moderna y donde las potencias de su tiempo trabajaban sus intereses enfrentados en los sangrientos campos de batalla. Liderar a fuerzas militares y triunfar en las empresas que los monarcas europeos les encargaban a los jefes de sus ejércitos siempre era una difícil cuestión para zanjar las diferencias. Más los retos en la expansión de una España que comenzaba a escalar un imperio global de tierras y mares estaba necesitado de líderes capaces de comandar a fuerzas militares capaces de realizarlo.

Así en un tiempo donde el último Al Andalus agonizaba en su llama islámica de casi ochos siglos precisamente aquí en Granada, la figura histórica de un joven Gonzalo Fernández de Córdoba, que ya antes de situarse en el Real de Santa Fe, era muy valorado por los monarcas hispánicos por su destreza tanto con la armas como la diplomacia.

Gracias a su inteligencia, valor y coraje, lideró en los últimos años de las guerras contra el Reino Nazarí hechos de armas que se cantaron por su heroísmo. Así una mañana que frente a la murallas granadinas del llano, decidió asaltar los muros de Bab Bataubín, un complejo militar nazarí que, junto al existente próximo a la Gran Mezquita Mayor de Granada (Masyid al Yumua al Garnata) y hoy Santa Iglesia Catedral Metropolitana y el de Bab Ilbira (Puerta de Elvira) con sus "muros largos" que la emparentaban con las murallas ziríes de la Alhacaba a través de la Puerta de la Erilla (Bab al Unaydar), significaban arriesgar en ello la propia vida. Conocidos en los ejércitos nazaríes eran la infabilidad de sus ballesteros y arqueros. Unas ballestas (alguna se puede ver en el Museo Arqueológico granadino) que traspasaban corazas y armaduras. Incluso en el nomenclátor de hoy subsisten nombres de plazas y calles que como la albayzinera junto a la Alhacaba de la Cruz de Arqueros verifican que en cada emplazamiento o complejo castrense a intramuros residían los destacados ballesteros nazaríes. Y esa mañana donde la Fuente de las Batallas hace honor a su nombre Gonzalo Fernández de Córdoba inició un ataque tronando con las "cajas de guerra que al sangriento Marte llaman" una valiente arremetida junto con su mejores oficiales, soldados, escuderos y ayudantes. La artillería, usada por ambos bandos, hizo su trabajo y por un hueco se colaron los atacantes para advertir que era mejor no haberlo efectuado sin verificar con exactitud qué había tras la muralla rota: más murallas y torres. Desde el segundo cinturón defensivo los ballesteros nazaríes lanzaron tal nube de dardos que diezmaron a sus hombres y, entre ellos herido en el pescuezo y luego muerto, uno de sus favoritos como fue el Doncel de Siguenza. Ordenó Gonzalo una retirada y aprendió la lección que suponía haber intentado una irrupción tan temeraria donde también él pudo perder la vida.

Tras la firma de la capitulación de Granada un 27 de noviembre de 1491 en el Real de Santa Fe, los líderes militares de los reinos castellanos y aragoneses no iban a tener descanso. Gonzalo Fernández de Córdoba impresionado por la grandeza de la ciudad de la Alhambra se compró una casa que existió frente por frente a la Capitanía General de Granada, hoy sede del Mando de Adiestramiento y Doctrina (MADOC) que le recuerda en una hornacina tallada inserta en el fachada del convento de las Carmeltas Descalzas, pues en sus avatares bélicos y hasta su muerte y velatorio en esta casa, el Gran Capitán, estuvo atado a Granada. Compró los terrenos donde gracias a su pecunio e inquietudes la orden cartujana de San Bruno elevó a la Cartuja de Granada como una contribución inédita a sus desvelos espirituales dejándole a Granada un nuevo patrimonio propio de un Príncipe de la Alhambra.

Conforme el rey Fernando V de Aragón y su reina Isabel I de Castilla le enviaron al hispánico Reino de Nápoles urdió una nueva estrategia militar. Sus años de combate contra el último Al Andalus le abrieron su genio militar hacia empresas propias de los mejores generales de la antigua Roma. Aplastó a la tropas francesas en Ceriñola y Garellano. En una estrategia inédita sorprendió a la fuerzas del rey francés cruzando un río a sus espaldas que nadie advirtió, por su caudal e imposibilidad, que se podía realizar. Y él lo hizo con el tesón e inteligencia que siempre le caracterizaron como líder militar para alcanzarse con la victoria. Su genio superó a su leyenda y sus estrategias fueron asumidas para la forja de lo que más tarde serían los famosos batallones de Tercios, un arma letal que le daría a España la supremacía continental y su ascenso a ser la primera potencia del mundo conocido que ya incorporaba a América y Asia Oriental.

La inauguración ayer en el Hospital Real recoge no pocos de los episodios de esta parte tan enorme de nuestra historia medieval y moderna que Gonzalo Fernández de Córdoba protagonizó en primera persona y que se acompañan de materiales bélicos y armas de guerra ofensivas y defensivas de un tiempo donde los generales se batían, como el gran general nazarí Aliatar y suegro de Muhammad XII (Boabdil), con su espada al frente blandiéndole las espuelas a su mejor caballo sin temer a la muerte porque la llevaban de compañera.

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