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Una maleta, las mismas ganas

En los años 80 el dramaturgo francés Michel Azama entró y salió de la cárcel de mujeres de Rennes para impartir un taller con 12 reclusas. El monólogo Les sas, La esclusa, es la forma artística que más tarde adopta esa experiencia íntima. Al margen de la función de teatro, la privacidad en la que se enmarca cualquier sesión de ensayo tiene, a su vez, una dimensión pública: el espacio físico del ensayo. Lo que, normalmente, es una sala de un centro cívico que cede un espacio a una compañía o a un grupo de teatro se tuvo que amplificar -y neutralizar- en este caso, lo que tenían en común esas 12 mujeres eran sus 12 ganas de teatro.

Legaleón, la compañía que dirige Óscar Gómez Mata, montó por primera vez en España esta pieza en el año 91. Ahora, 17 años después, la vuelve a montar la compañía Devenir.

Un montaje sabio que da el protagonismo a la palabra e imagen a su dimensión poética. La referencia del antes, el afuera, es un mismo presente y pasado de la mujer que habla. Habla dentro de un suelo rectangular -iluminado- rodeado de todo un resto escénico negro. Negro es el afuera que continúa sin las reclusas, negra la culpa y el estigma. Una marca en el cuerpo que habla. Azama sitúa el monólogo en la última noche en la cárcel, el linde entre dieciséis años de encierro y el pánico de la reclusa a no saber hacer, a que no se espere nada de ella afuera. Dramáticamente es un cruce de tiempos cronológicos y metafóricos excepcional. Maica Barroso y Sylvie Nys ponen a esa mujer a hablar sin paternalismos, habla de la pérdida y de la ganancia, también, del miedo a salir del encierro.

El afuera, en escena, es una pequeña maleta que permanece como elemento fijo. Una maleta a la que la mujer va y viene, contiene objetos preciados de lo que un día fuese afuera. Un contenido que tenía sentido dentro pero que la mujer sabe vaciar porque pertenece al encierro que acaba. La poética visual funde esa maleta con el mismo color del vestido elegido para ir al encuentro de lo incierto. El espacio sonoro del montaje es narrativamente lo menos sólido. Sirve para voces y sonidos en off que ilustran el maltrato de la autoridad carcelaria, es una voz redundante que marca un registro realista en mitad de una puesta escénica anti-naturalista. Hay naturalismo sobrio en la dicción, registro poético en todo el resto visual, e incluye una danza que baila entre el luto y la rotundidad. El público, a la caza de identificaciones con la mujer que habla, encuentra a una otra que se nos parece en el deseo y no sabe de lástima. Un montaje certero que nos acerca a aquellas 12 mujeres en una misma gana.

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