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La memoria del Festival de Granada

  • El estreno en España de la 'Octava' de Mahler, un sello inolvidable

La muerte de Rafael Frühbeck de Burgos, casi anunciada cuando el Festival informó de la grave enfermedad que padecía que impidió su despedida prevista en la inauguración de la presente edición, nos obliga a los que hemos seguido su trayectoria en este certamen a recordar los muchos momentos inolvidables que nos ha dejado, desde que apareció, por vez primera, sustituyendo a Ataúlfo Argenta al frente de la Orquesta Nacional, en 1960. Todos los recordaremos como un referente lúcido y temperamental, con el que poder trazar la memoria del Festival, desde que a sus 27 años se presentó, convertido ya en uno de los valores jóvenes más interesantes del panorama musical.

Y así lo demostró la noche de su debut en el Palacio de Carlos V. En la crítica que le hice en Patria el 25 de junio, subrayé el triunfo sin reservas del director, tanto en la temperamental interpretación de la Sinfonía núm. 1 en do menor, de Brahms -"Sin la aportación temperamental, la técnica no sirve para nada", me decía un día antes en una entrevista en Ideal-, como en la segunda parte con obras de Falla: Las Noches, con José Tordesillas al piano y la suite de El sombrero de tres picos. "La presentación de Frühbeck en nuestra ciudad -concluía- queda como un recuerdo admirable hacia la figura que muy pronto alcanzará, no lo dudamos en vistas de sus condiciones, un prestigio mundial en el difícil y bello campo de la dirección".

Fue el primer concierto en el Festival, pero sus actuaciones se han prodigado, hasta el punto de ser el director que más veces ha actuado en este evento. Dos años más tarde -el 30 de junio de 1962- Frühbeck estuvo al frente de la Nacional y del Orfeón Donostiarra, con Victoria de los Ángeles y Luis Villarejo, en la primera audición de Atlántida, de Manuel de Falla, en el Monasterio de San Jerónimo. En Ya y en Ideal hice amplias referencias y análisis de la "apoteosis" de la obra esperada de Falla y de la ejemplar interpretación de Frühbeck -que dirigía la obra por la muerte fechas antes de Toldrá-, y de todos los integrantes de la misma. Una Atlántida, que en versión definitiva de Ernesto Halffter, repitió el 1 de julio de 1977, en "una irreprochable interpretación", con la Orquesta y Coro nacionales.

Entre los muchos conciertos comentados por este crítico a Rafael Frühbeck, tiene que agradecerle el Festival de Granada su apuesta por la variedad y hasta la novedad. Para el estreno en España de la Octava sinfonía, 'de los mil', de Mahler, eligió la XIX edición en la memorable noche del 29 de junio de 1970, antes de su presentación en Madrid. Decía en la crítica en Ya que era un "hito musical" que anotar en la historia del evento. "Más de quinientos músicos, cantantes y solistas en el enorme escenario levantado en el Palacio de Carlos V, abarrotado, con muchos aficionados que se quedaron sin poder escuchar uno de los platos fuertes del festival. La Orquesta Nacional, reforzada; los orfeones Donostiarra y Pamplonés, los niños cantores de Guadix, las escolanías de los padres redentoristas de Pamplona y del Sagrado Corazón de María, de San Sebastián y ocho solistas protagonizaban la audición de esta colosal sinfonía. Todo ello en un colectivo esfuerzo dirigido por Rafael Frühbeck de Burgos…

Titánica labor la del joven director que recibió la noche del estreno una de las ovaciones más merecidas y reiteradas que hemos escuchado en esta cátedra musical que es el Festival de Granada". La sinfonía la repitió una calurosa noche del 2 de julio de 1999; en la que los músicos tuvieron que despojarse de la chaqueta. "Los mil descamisados de Mahler reconquistan Carlos V", titulé la crítica.

El año de su estreno, el entonces joven director se enfrentó a otros retos sinfónicos, como la Novena y la Missa Solemnis, de Beethoven. Porque a Frühbeck le recordamos en el Festival, entre sus muchas intervenciones -no todas excepcionales, por supuesto, y algunas sólo discretas-, por esos retos que enriquecían la idea programadora de estas sesiones. Así pudimos escuchar, por vez primera en el Festival, en 1963, Carmina Burana, con la Nacional y las casi doscientas voces de la formidable Coral de Dusseldorf, obra que ha repetido en otras ocasiones con distintas orquestas y corales, como ocurrió en 1995, dirigiendo a la Rundgfund Sinfonie Orchestra Berlin y el Orfeón Donostiarra.

Grandes obras sinfónico-corales -El Mesias, el Réquiem, de Verdi, entre otras- han enriquecido el pilar fundamental del certamen, como tantas veces he reiterado. Es verdad que tras la Nacional y Frühbeck -que ha reaparecido en distintas ocasiones- hemos escuchado orquestas y directores de la categoría de la Filarmónica de Berlín, la Concertgebouw, la Filarmónica de Leningrado, entre muchas otras agrupaciones francesas, inglesas o del norte de Europa, o batutas del prestigio de Karajan, Mrawinski, Mehta, Haitink, Maazel, Solti o Celibidache que han enriquecido el certamen y que debe seguir por esta línea de permanente renovación, pero Rafael Frühbeck -y lo dice un crítico que ha sido exigente en la historia del certamen- nos ha abierto caminos que han rebasado los trillados programas.

López Cobos, otro insigne director español que tantas veces ha mostrado su talento en el Festival, abordará, como se anunció, la integridad del programa previsto por Frühbeck en la inauguración de la 63 edición, que servirá de homenaje al desaparecido maestro. Pero los que somos veteranos testigos de estas veladas subrayamos con emoción, ante su muerte a los 80 años, al que ha sido memoria inolvidable en la historia del Festival.

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