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La memoria de un espacio

  • La Huerta de San Vicente narra su propia historia a través de imágenes en su exposición 'Álbum' Desde las fotografías de la familia Lorca a la actualidad, reúne 350 instantáneas.

Repartido entre algunas de las fuentes del Parque Federico García Lorca se encuentran sumergidos unos versos del artista norteamericano John Giorno. Son los restos del proyecto artístico y expositivo Everstill/Siempretodavía que tuvo lugar en la Huerta de San Vicente, entre noviembre de 2007 y julio de 2008. Quizás esta muestra haya sido una de las más relevantes del arte contemporáneo realizadas en Granada en los últimos años y es, desde luego, un ejemplo de cómo un espacio cargado de una historia tan singular como la casa de verano de los Lorca puede ser el recipiente ideal para proyectos de alta envergadura artística.

Por desgracia, Everstill finalizó y su recuerdo se ha ido diluyendo entre el tiempo y la poderosa amnesia que la sociedad actual padece en su voraz consumo de eventos y actividades. Pero por suerte, Everstill vuelve a estar presente en la Huerta de San Vicente, junto a otros acontecimientos, gracias a la última exposición que actualmente se está desarrollando en la casa museo lorquiana. 

 

Álbum es, en palabras de su comisario Jesús Ortega, "un conjunto de 350 imágenes fotográficas, la mitad de ellas inéditas, realizadas en la Huerta de San Vicente… es la biografía en imágenes de un lugar mítico, cuyo destino ha sido marcado por su relación con la vida, la obra y la muerte de Federico García Lorca". Por tanto, es un recorrido de imágenes a través del tiempo, de un lugar en el que han transcurrido historias de todo tipo, privadas, públicas, festivas, tristes o, tan sencillas, como el mero hecho de existir. Los protagonistas son sus habitantes y sus visitantes, anónimos o consagrados, pero también lo son el huerto, el macasar, el carril de acceso o las reformas del propio edificio. Son 350 fotografías situadas en vitrinas, en las paredes o en dispositivos electrónicos y repartidas por las tres antiguas habitaciones altas de la casa, convertidas en sala de exposiciones temporales desde su musealización.

 

En la primera sala se concentran las fotografías familiares de los Lorca, desde 1926 hasta 1939, repartidas en tres vitrinas. Las dos primeras abarcan hasta el año 1936 y en ellas se respira la ilusión de sus habitantes por estrenar una nueva residencia y, especialmente, los retratos de los niños. Sus autores: Francisco García Lorca, con su recién adquirida cámara, y Eduardo Blanco Amor, a quien se deben los retratos de Federico en su escritorio. La tercera vitrina es un latigazo a la conciencia; recoge los años de luto de la familia tras el asesinato de Federico y su cuñado. La familia recluida en la huerta, vestida de riguroso luto y con unas impactantes imágenes del dolor curtido, en los retratos de don Federico García Rodríguez, padre del poeta, e incluso en los niños, privados de su natural ilusión e inocencia.

 

La segunda sala recoge el paso de las tres familias que ejercieron de caseros y cuidadores de la huerta y sus enseres, entre 1940 y 1993. Son los López-García, la familia Guerrero Salinas y los Correal Trescastro. Es un periodo que, en su registro fotográfico, deja fosilizada toda una era de la historia de España, desde los primeros años de posguerra, en los que reaparece la calma y la felicidad de este pequeño paraíso contiguo a la ciudad, hasta las duras condiciones de vida de los años de la autarquía y la lenta evolución hacia el desarrollismo de los sesenta. En este punto, hay que destacar la presencia del primer investigador que visita la Huerta de San Vicente, se trata de Agustín Penón, que llega en 1955 y realiza un reportaje fotográfico en el que lo importante, ya no es el edificio ni sus moradores, sino la presencia del poeta mitificado que anduvo por allí. Las tomas, realizadas con pudor desde el exterior y apuntando a las vistas que Federico tenía desde su habitación, buscan revivir sus experiencias desde una perspectiva idolátrica por parte de Penón.

 

En esta sala se encuentra también la paulatina transformación del espacio en un lugar de culto para la intelectualidad del país. Comienzan las visitas a un espacio semi-musealizado de los artistas granadinos y, especialmente, la primera llegada de Alberti a la Huerta, en el año 1980,   -fotografías de Pepe Garrido- cruzando el descampado con escombros en que se habían ido convirtiendo las huertas adyacentes, debido al desarrollismo mal planificado de la calle Arabial. Otros personajes como Fernando Arrabal o Juan de Loxa están representados, pero brilla con lógico esplendor el retrato de Manuel Ángeles Ortiz, realizado por Javier Algarra, en el que, con su porte y dignidad, visita la que seguro que fue su casa en los años veinte y a la que vuelve con la seguridad de saber donde está cada uno de sus enseres.

La última sala está dedicada a la Huerta que todos conocemos, la que se constituye en uno de los museos más visitados de la ciudad, la que se encuentra rodeada del parque que lleva el nombre del poeta, flanqueado por una ruidosa circunvalación. La que ha servido de recipiente para una ingente actividad cultural. Niños, familias enteras, visitantes anónimos e ilustres como Patti Smith, Chabela Vargas, Paul Auster, Derek Walcott, Compay Segundo o Lou Reed; son solo algunos de los aquí representados. En esta sala, en una pantalla, se narra la experiencia de Everstill y, frontera a ella, los fotogramas enmarcados de la película Mudanza del cineasta Pere Portabella; un auténtico desahucio de los enseres de Lorca, pero también de su propia vida, a través de los recuerdos insertos en los objetos que, finalmente, yacerán en un guardamuebles. Sin lugar a dudas, una obra de arte de profundo calado emocional en su sencillez.

 

Pero este que debería ser el final, no lo es, pues aún queda una pequeña urna en la que José Guerrero Salinas y Vicente López, nacidos en estas mismas salas de la casa, en 1947 y 1944 respectivamente, vuelven en 2014 al que fue su hogar. Es el arranque simbólico de una nueva era de la Huerta de San Vicente.

En definitiva, se trata de una exposición que acumula noventa años de experiencias y en las que las lecturas se multiplican, pues a lo histórico lineal, se le cruzan las miradas culturales, antropológicas, urbanísticas, mediáticas, etc. que cada espectador pueda y quiera descubrir.

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