Crítica | 'El mueble' de Histrión Teatro

Un mueble a medio embalar

  • La obra da lo que promete (entretener), pero no existe el más mínimo riesgo dramatúrgico

Histrión Teatro, en una imagen promocional de 'El mueble'

Histrión Teatro, en una imagen promocional de 'El mueble' / G. H.

La comedia es con toda probabilidad el género teatral más frágil a la hora de ejecutar. Lo sabe cualquiera. Encontrar la emoción o el sobrecogimiento del público tras el drama supone el culmen de la representación. En cambio, un silencio, una ausencia absoluta de la más mínima carcajada es para la comedia su muerte instantánea. Deja de ser. No hay quizás miedo más repetido para el cómico que un chiste que no engancha o poner toda la energía en una mueca y que al tiempo solo suenen los grillos. El mueble, la última obra de Histrión representada este fin de semana en el teatro Alhambra, es muy consciente de esto. La compañía granadina propuso sobre las tablas una propuesta sencilla. Un texto ocurrente, elaborado a cuatro manos por Juan Carlos Rubio, director de la pieza, y Yolanda García Serrano.

En el centro de la escena, un mueble de Ikea embalado como eje de la dramaturgia. Sobre el linóleo blanco un fondo de madera a modo de puertas correderas para jugar al entra-sale en cada descanso de la discusión de los dos únicos actores que componen el elenco. No hace falta rascar mucho para imaginar qué nos vamos a encontrar. El montaje del mueble sueco es la excusa para empezar la conversación y sacar el intríngulis que marido y mujer llevan a cuestas.

Con todo lo previsible de la propuesta, lo que se presenta es una comedia de entretenimiento sin más pretensiones que esa, entretener. Una suerte de costumbrismo actualizado, casi unas Escenas de matrimonio sin llegar la sangre al río gracias a un texto bien enlazado, con lagunas evidentes, pero rápido, a veces con buenos golpes, más propios del oficio en el género que de la brillantez en la escritura. Ello no quita que la caracterización de personajes no deje de parecer, ya finalizada la actuación, algo acartonada y sin mucho fuste. Cansa un poco la constante problemática de pareja llevada al estereotipo. La mujer fría y perfecta y el hombre en la crisis de los cuarenta que aún no acepta que la juventud es algo que tiene su momento y ya.

El trabajo de ambos en escena no deja, eso sí, de tener su mérito. Gema Matarranz y Alejandro Vera defienden el texto con ahínco, incluso cuando no da más de sí. Se puede decir que el segundo encarna una vis cómica patente, mientras que la primera salva, aunque con la lengua fuera escénicamente hablando, algunos momentos donde las líneas no dan para más. Mención aparte para los dos al reenganchar con la pieza tras un terremoto como el de este sábado que hubiera dado al traste con cualquier interpretación. Resistir el cuchicheo del público y la incertidumbre de ese momento, más en escena, es casi heroico.

Con todo y con eso, El mueble da lo que promete. Ni más ni menos. No existe el más mínimo riesgo dramatúrgico. Lo dicho. Entretiene. Claro que podrían achacársele mil apuntes. Depende de lo que se busque. Si como decíamos al principio, la comedia es un abismo donde abundan los peligros, la propuesta, a base de no dar una sola muestra de preocupación por otros temas, incluso por la posibilidad de caer en una pobreza escénica importante, no falla en su propósito. Risas hubo. Y muchas. Quizás por un tipo de espectador más que dispuesto a ello. Algo lógico, se puede uno imaginar, dados los tiempos que corren.

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