Crítica de cine

El mundo como enigma

El sexto largometraje del coreano Lee Chang-dong adapta libremente un cuento de Haruki Murakami (Las granjas quemadas) para desplegarlo en un complejo relato sobre los límites de la fabulación, o sobre la disolución de la ficción en la realidad y viceversa, todo ello sin renunciar a los apuntes sobre la Corea contemporánea, la condición de clase, la orfandad, el desarraigo o el vacío de las nuevas generaciones o el viejo conflicto con la otra mitad escindida del país.

Estamos, por tanto, ante una película enigmática y elegante, que va abriendo poco a poco sus capas de sentido sobre una superficie trágica que camina por el sendero del género, el misterio y la investigación como mecanismos que activan y camuflan el verdadero sustrato de la propuesta.

Un veinteañero solitario y aspirante a escritor cruza su camino con una antigua y hermosa compañera de colegio, de la que pronto se enamora. Al regreso de un viaje a África, ella llega acompañada de un enigmático hombre, una suerte de Gatsby triunfador y rico que se convierte en la némesis sobre el que nuestro protagonista proyectará su deseo de aventura o sus impulsos creativos.

Si la primera parte del filme da cuenta de la formación de un extraño y fascinante triángulo entre esos tres personajes, un triángulo que culmina en una escena memorable en la que ella baila al anochecer al son de Miles Davis, la segunda se impulsa ya sobre una desaparición antonioniana y las pesquisas cada vez más obsesivas del protagonista por resolverla.

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