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Un músico granadino en los salones aristocráticos de Madrid

  • Es posible que Antonio de la Cruz viera a Mariana Pineda camino del patíbulo Se inició en la música con el pianista José Tamayo y con el organista Bernabé Ruiz

El 16 de mayo de 1825 nace en Granada Antonio de la Cruz y Quesada, en el seno de una acomodada familia que poseía grandes propiedades en la provincia. Durante sus primeros años, la ciudad vivió momentos aciagos. Es más que posible que sus ojos de niño vieran a la joven Mariana Pineda camino del patíbulo erigido en el Campo del Triunfo, dentro del contexto de las terribles persecuciones a los enemigos del absolutismo de Fernando VII; después, la Primera Guerra Carlista; la durísima epidemia de cólera; y las inundaciones provocadas por el desbordamiento del Darro. Conviviendo con estas catástrofes, el niño Antonio se inició en la música con su tío, Joaquín de la Cruz, músico del Teatro del Campillo, con el pianista José Tamayo, y con el prestigioso organista de la catedral, Bernabé Ruiz de Henares, con quien estudió piano, canto y composición a partir de 1839, una vez creada la Escuela de Música del Liceo Artístico y Literario, sociedad en la que tendrá un destacado papel como pianista y miembro del coro. Compaginó estas actividades con sus estudios universitarios de filosofía y derecho. Desde 1847 formó parte del Ilustre Colegio de Abogados, al que después también pertenecieron sus hermanos menores, Rafael y Diego. Pero su verdadera vocación estaba en la música; colabora en las continuas, aunque intermitentes temporadas operísticas del Teatro Principal o del Campillo, se familiariza con la ópera italiana entusiasmándose con los alardes melódicos de Rossini, Bellini, Donizetti y Verdi. El estilo belcantista marcará sus gustos junto a la música popular española, muy presente en los teatros con canciones populares, tonadillas o bailes. La primera obra suya de la que tenemos noticia será una pionera zarzuela de costumbres andaluzas en un acto, La vuelta de Escupejumos, con libreto del escritor Antonio Romero Saavedra, que alcanzó bastante éxito en su estreno granadino el 23 de noviembre de 1849, siendo también representada en el teatro Circo de Madrid (1850), en el Liceo de Barcelona (1851), en el teatro de Zaragoza (1853), y en el Principal de Valencia (1853 y 1859). Curiosamente no volverá a componer ninguna zarzuela más; siendo posible que influyera en esta decisión su proximidad a Pedro Antonio de Alarcón, declarado detractor del género. Sin embargo, mantuvo una relación epistolar de años con el maestro Barbieri, a quien admiraba. En la correspondencia entre ambos apreciamos la guasona jerga del granadino, que era respondida por el famoso zarzuelista con castizos requiebros madrileños. A finales de los 40, tuvo vinculación con la famosa Cuerda Granadina, grupo de muchachos soñadores que convirtieron la ciudad en un verdadero emporio de animación y cultura; muchachos que por diversos motivos, acabarían emigrando a Madrid; Antonio de la Cruz será de los primeros en marcharse en 1850. En la Villa y Corte conseguirá muy pronto darse a conocer con pequeñas piezas refinadas y de sencilla armonía, para piano o canto, publicadas en las revistas musicales ("Iberia Musical" y "La Gaceta Musical"), piezas que adoptó la pudiente sociedad matritense para sus aristocráticos bailes de salón. Se trata de canciones españolas, canciones italianas, mazurcas, polkas de salón, tandas de valses u otras piezas cortas para canto o piano. Y es que el piano formaba parte de la materia de estudios en numerosos centros educativos privados, sobre todo como "rama de adorno" en colegios femeninos. Poseer un piano en el salón de la casa y saberlo tocar era un signo de distinción social. En la prensa se sucedían anuncios de profesores, preferentemente con apellido italiano, que se ofrecían a dar clases "a las jóvenes que no desean poseer del divino arte sino los conocimientos indispensables para no hacer un papel desairado en sociedad". También la música de Antonio de la Cruz fue muy aceptada por los músicos mayores del ejército, que solían adaptar para banda militar algunas de sus piezas. El ejemplo lo tenemos en la referencia que en su edición de la tanda de valses Aves y Flores hace el prestigioso clarinetista y editor Antonio Romero, donde se informaba de la gran aceptación que el público madrileño había dispensado a estas piezas de baile, pues había pocos salones donde se desconocieran estas bellezas, y el brillante efecto que producían ejecutadas por las bandas del ejército. Durante la década de 1850 formará parte de la nutrida Colonia de granadinos en Madrid que, sobre todo, a partir de 1854 (año en el que muchos progresistas abandonan la ciudad de los cármenes rumbo a la capital), se reunían en la Calle Lope de Vega. "Exiliados" voluntarios como Pedro Antonio de Alarcón, Mariano Vázquez, Manuel del Palacio, José Castro y Serrano, Luis Eguilaz, Gregorio Cruzada, Pérez Cossio y muchos más, granadinos o no, se les irán uniendo.

En 1859 regresó a Granada, donde retomó su colaboración con el Liceo y como pianista acompañante en la preparación de las representaciones del Teatro del Campillo. Colaboró con el gran barítono Giorgio Ronconi, que vivía en su carmen granadino desde 1852, en algunos proyectos, como la representación de Nabucco en favor de los soldados granadinos en la Guerra de África, o en el efímero proyecto de la Escuela Nacional de Canto y Declamación de Isabel II (1861-1864). En estos años compone la canción La espumita de sal, con letra del granadino José Salvador de Salvador, que el gran Ronconi popularizó ofreciéndola de propina en sus giras por los teatros de Londres, París, San Petersburgo, La Habana, Nueva York y Filadelfia. Su amistad con el matrimonio Manuel Barroeta (juez y futuro alcalde de Almería) y Constance Scheidnagel, y el hecho de que su hermano, el abogado Rafael de la Cruz estuviera muy vinculado a la provincia de Almería (como presidente de la empresa Buena Fe), que explotaba la mina La Unión en el término de Almórita, le animan a establecerse en esta ciudad, concretamente en el 34 del recién inaugurado Paseo de Príncipe Alfonso XII (después de Cádiz, de Orozco, de la República, del Generalísimo, y desde 1979, de Almería), convirtiéndose su casa en punto de reunión de la burguesía musical de la ciudad. Ejercerá, asimismo, de profesor de piano, canto y armonía en el activo Liceo Artístico y Literario almeriense. Para la Semana Santa de 1867 se lleva desde Granada las partituras del célebre Miserere de Palacios que será interpretado en la catedral. Durante todos estos años seguirá enviando a sus editores de Madrid y también de Barcelona, con los que no había perdido contacto, sus ya reconocibles piezas cortas para canto y piano. Aparte de las mencionadas bandas militares, también la nueva Sociedad de Conciertos de Madrid, creada en 1866 y que era dirigida por Barbieri, incluyó el vals María (dedicado a su hermana), y la mazurca Florentina en los conciertos veraniegos de los Jardines del Buen Retiro. En 1870 vuelve a Granada solicitado por su hermano Diego, adscrito al Partido Republicano Federal y fundador de la Sociedad Cooperativa Granadina, para que colaborara en un proyecto de edificación en la Calle San Antón de casas baratas para la clase obrera.

En 1874 regresa de nuevo a Madrid, donde su música seguía siendo apreciada en los salones de baile y casas aristocráticas, como las de la Condesa de la Casa Chaves, la marquesa de Medinaceli o la duquesa de Alba. En cuanto a lo personal, soltero y sin compromiso, sus principales amistades en la capital eran los matrimonios formados por Pedro Antonio de Alarcón (quien le escribe numerosos textos para sus canciones) y Paulina Contreras (receptora de no pocas dedicatorias, entre ellas un elegante minueto inspirado en la obra de su marido El Sombrero de tres picos); y el escritor murciano Antonio Arnao (su principal colaborador literario) y la granadina Sofía Vela (virtuosa pianista y compositora, a la que también dedica algunas obras). Su amistad con Barbieri se había enfriado desde que este dejó de contestar sus cartas y calificó su música de "frívola" en la prensa. Y es que parte de la crítica musical no le perdonaba su falta de ambición creativa. El famoso, temible y taurino Antonio Peña y Goñi, le llamaba despectivamente "Don Opus". Su vinculación entusiasta como aficionado a las temporadas operísticas del Teatro Real, cuya orquesta era dirigida por su paisano Mariano Vázquez, le dio la oportunidad de conocer a los más renombrados divos, a algunos de los cuales dedicará piezas musicales. Así, por ejemplo, encontramos canciones compuestas al tenor Enrico Tamberlick (un enamorado de Granada donde era idolatrado por los aficionados), Adela Patti (que en 1864, en las reuniones parisinas con Rossini había estrenado la canción A Grenade del maestro de Pésaro), el murciano Mariano Padilla (conocido suyo desde la época en que fue estudiante de la escuela granadina de Ronconi), la esposa de éste, Desirée Artot (la única mujer, según cuentan, a la que Tchaikovsky confesó haber amado y que le inspiró su poema sinfónico Romeo y Julieta), Marie Sass (elegida por Wagner para el reestreno de Tannhäuser en París), el mítico Julián Gayarre (a quién dedicó dos piezas, una de ellas, El juramento, con texto de Alarcón, e Il primo amore, con la que el navarro cerró su serie de conciertos en Londres en julio de 1881), y un largo etcétera.

En el aspecto político se muestra como decidido defensor de la restauración borbónica. Dedicó varios himnos y marchas a Alfonso XII, quien una vez establecido en el trono en 1874, y a través de su secretario personal, el Conde de Morphy (músico aristócrata que había vivido en Granada durante su niñez), lo invitó a algunas recepciones musicales en palacio. En 1877, la Sociedad de Conciertos "Unión Artístico Musical" dirigida por Ruperto Chapí (que había tomado el relevo en los citados conciertos de verano del parque madrileño), hizo las delicias de los diletantes con dos de sus Seis Danzas Americanas. Ya en la década de 1880 empieza a decaer su actividad creadora, o al menos su número de publicaciones. Lo poco que compone será, sobre todo, música religiosa, entre la que encontramos marchas procesionales dedicadas a la Virgen de las Angustias, al Corpus y al Viernes Santo granadino, marchas que junto a otras que ya había realizado, en memoria de Daoiz y Velarde y para el funeral del Marqués del Duero, lo convierten en uno de los precursores de este tipo de composiciones en España. Durante los últimos tres años de su vida no tenemos constancia de que se publicara ninguna obra suya. El 25 de septiembre de 1889 muere en su casa de la calle de la Biblioteca, que ya no existe (en un espacio de lo que hoy es el Paseo de la Castellana), y su cuerpo es trasladado al cementerio de San Justo. Los testamentarios de sus bienes serán sus hermanos Rafael, Diego y su hermana María. En la prensa granadina apenas aparece la esquela de rigor, las revistas musicales no hacen referencia a su fallecimiento y en los periódicos madrileños tan solo encontramos un escueto comunicado: "Ha fallecido en esta Corte el distinguido compositor granadino don Antonio de la Cruz Quesada".

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