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Fue una noche muy larga

Teatro Alhambra. Aforo: 250 personas. Fecha: Domingo, 21 de junio de 2009.

"Va a ser una noche larga", dijo Martha Wainwright a propósito de un comentario de su marido, que la acompañó al piano en algunos temas, acerca de las tapas que le habían puesto con las cervezas en un bar cercano al teatro. Y desde luego lo fue. Porque tres nombres parecen demasiados para un concierto del ciclo de Pop Rock en el Alhambra. Y más si es domingo de resaca. Más aún si cada uno de ellos tiene tan poco que ver con el resto que el cartel tendía más cohesión si se hubieran juntado tres artistas al azar. Y es que al margen del acierto indiscutible de Lambchop, la edición de este año ha quedado algo estrambótica.

Para empezar, el número de conciertos se ha reducido a dos después de que se frustraran las negociaciones para incluir a M Ward. Tal vez por eso los organizadores decidieron compensar con un espectáculo de tres artistas. Pero sin terrenos comunes entre ellos, el teatro se convirtió en un constante trasiego de público interesado en uno u otro y no en los demás.

Así comenzó la Wainwright, aferrada a su guitarra acústica atacando algunos de los temas de I know you're married but I've got feelings too, su último álbum, segundo de su carrera. Entre sus acordes se le coló, primero de manera accidental y más tarde deliberadamente, Edith Piaf y una anodina versión del clásico Stormy weather. Con vaqueros y tacones, una combinación que me resulta particularmente irritante, pisó fuerte las tablas del teatro y cantó con fuerza demostrando la naturalidad con la que en su familia se ha crecido rodeada de intérpretes sin complejos. Otra cosa es la pertinencia de su participación en el ciclo.

Como artista, Martha Wainwright se me antoja tan previsible como prescindible por mucha perfección formal que alcance como cantante. A pesar de todo, fue su nombre el que tiró del carro que llenó el teatro, y aunque hubo alguna deserción tras su show, la mayoría se quedó a amortizar la entrada. Sorprendió a muchos el planteamiento de los sevillanos Pony Bravo. Cantando en español con deje de la tierra, su música posmoderna casa a Nick Cave con Manolo Caracol. Y reconcilia a su ciudad sus más olvidados pioneros, pues retoma la visión hispalense de la psicodelia de Smash. Su sonido es inequívocamente andaluz, como si Calexico se asociaran a la frontera a través de Vejer en lugar de hacerlo por El Paso. Y aunque lo suyo no es el Agro-pop, es verdad que la manera de decir de su cantante hizo pensar a alguien en unos No Me Pises Que Llevo Chanclas con ínfulas intelectuales, con inquietudes existencialistas y lecturas de Kierkegaard.

Para cuando Don Caballero asomó tras el telón, el aforo se había resentido y muchos a los que sólo la curiosidad había hecho quedarse se fueron arrepintiendo conforme la propuesta ciertamente indigesta de los de Pittsburg se hizo patente. Por momentos parecía que estábamos ante el último concierto del ciclo de música contemporánea más que en el de Pop-rock, pues su música matemática, disonante e instrumental no es apta para todos los oídos. El caos estructurado es su distintivo. Sólo los que habían acudido atraídos por el nombre mítico de uno de los más célebres combos experimentalistas quedaron satisfechos tras la espera. Para el resto fue sin duda una noche larga.

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