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Lo que pasa es que la cámara está borracha

Acción-thriller, EEUU, 2009, 107 min. Dirección: John Luessenhop. Guión: Peter Allen, Gabriel Casseus. Intérpretes: Matt Dillon, Paul Walker, Idris Elba, Jay Hernandez, Michael Ealy, Tip Harris, Chris Brown, Hayden Christensen. Cines: Cinema 2000, Kinépolis.

Tras ver esta película entran ganas de repetir la ocurrencia de los Tres Sudamericanos cuando, en mitad de la canción, la orquesta desafinaba estruendosamente y ellos se dirigían al maestro Ibarbia, preguntándole: "¿Qué es lo que pasa aquí? ¿Pero qué pasa? ¡Pare Maestro, por favor! ¿Me puede decir qué es lo que pasa aquí?". Y simulaban la respuesta cantando: "¿Que qué es lo que pasa? Lo que pasa es que la banda está borracha, está borracha...". Aplicando la inmortal canción, no a la banda, sino a la cámara. Porque con una cámara borracha parece rodada esta película de atracos que, por lo que puede adivinarse entre los temblores del encuadre, las raudas e innecesarias panorámicas y las conversaciones en las que la cámara hace mini barridos mareantes saltando de un personaje a otro, se apunta a la variante relativista en la que los héroes son los ladrones. Lo que Siodmak (The Killers, 1946) o Huston (La jungla de asfalto, 1950) aportaron como una mirada humanizada sobre el universo de los delincuentes ha terminado por convertirse, pasando por sobrevaloradas naderías como Bonnie & Clyde, en la apología del delito y los delincuentes. No esperen encontrarse aquí al Lancaster de Siodmak o al Hayden de Huston. Porque lo que se encontraran, cuando la cámara borracha les permita verlo, es a unos delincuentes actuando sin que ningún drama social les haya empujado a ello, sin sombra de tormento interior ni remordimientos. Muy al contrario, la música, el diseño, el tratamiento publicitario del color y el montaje glorifican a quienes roban, presentándolos como blindados y enmascarados héroes de videojuegos; mientras se presentan como desgraciados y amargados a quienes les persiguen. ¿Los ciudadanos y las víctimas? Imbéciles.

Leves daños colaterales. John Lussenhop parece apuntar a la gran Heat de Michael Mann, que sí lograba equilibrar filigranas de cámara, preciosismo fotográfico, acción, emoción y lirismo subterráneo tomado del film noir francés.

Pero apuntar no es dar en el blanco. Esto debe ser cine moderno, debió decirse mientras dirigía la cosa con más nervios -para seguir con metáforas musicales- que el Tío Calambres. Realidad, inmediatez, docudrama, la vida apresada tal como fluye (más bien se desparrama), lenguaje televisivo, el cine alcanzando a esos programas televisivos en los que las cámaras necesariamente saltarinas siguen a los delincuentes desde helicópteros (práctica citada -¿casualmente?- en la película). Pues no. Lo que le sale es estética publicitaria de Martini, patéticas imitaciones de Heat (que hasta incluyen aeropuertos nocturnos), marcas cool de Oceans's Eleven, bandazos hacia las junglas de Bruce Willis y clips musicales metidos a presión en la trama. Puro ruido.

Con algún plano vergonzoso -por manido y exprimido- como el de los atracadores andando en cámara lenta mientras un helicóptero explota tras ellos, el numerito de la piscina en la azotea o el tiroteo final resuelto con un adagio para cuerda. Mucho diseño visual y pocas nueces. Más bien ninguna.

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