Crítica de Cine

Una gran película ofrece a Gere la mejor interpretación de su carrera

Richard Gere y Lior Ashkenazi, en una escena de la película.

Richard Gere y Lior Ashkenazi, en una escena de la película.

Joseph Cedar es un interesante guionista y realizador israelí que ha obtenido inmensos éxitos en su país (Time of Favor, La fogata) y -siempre siendo uno de los directores más importantes y taquilleros de Israel- también reconocimientos internacionales (Beaufort obtuvo el Oso de Plata en Berlín y fue nominada al Oscar a la mejor película de habla no inglesa, Pie de página obtuvo el premio al mejor guión en Cannes y también fue nominada al Oscar). Con Norman da dos saltos peligrosos: rueda por primera vez fuera de Israel, en Estados Unidos y con un reparto de estrellas encabezado por una mega-estrella, y cambia de registro abandonando el drama intrajudío con ribetes irónicos y siempre críticos en el que había trabajado hasta ahora para pasarse a la comedia dramática. Pero sale airoso de ambos desafíos.

Cedar no se mueve del ámbito judío. Lo trasplanta a Nueva York y a los ámbitos internacionales desde los que, eso sí, no pierde de vista a Israel. Y construye su protagonista inspirándose en un personaje que ha inspirado multitud de cuentos y relatos judíos tradicionales y modernos: un tipo a la vez bueno y malo, aparentemente desahogado y feliz e íntimamente inseguro y desdichado, arribista y sacrificado, sinvergüenza y honrado, odioso y tierno. Un sinvergüenza que afronta situaciones tan humillantemente vergonzosas que incomoda verlas; un personaje complejo y contradictorio que representa en forma de caricatura dramática, muy propia de la asombrosa capacidad de la cultura judía centroeuropea -tan influyente a través del exilio en la cultura judeoamericana- para reírse de ellos mismos, las estrategias de supervivencia desarrolladas tras siglos de persecución (¿recuerdan Zelig de Allen?). En este caso se trata de los esfuerzos de un pobre tipo -no por ello menos fantasmón y sinvergüenza- por identificarse, integrarse, ascender, brillar, aparentar, conseguir y ser importante (o parecerlo) gracias a sus importantes (e inventados) contactos. Podría ambientarse, en vez de en Nueva York, en cualquier pueblo judío centroeuropeo; y podría recordar a El mago de Lublin de Isaac Bashevis Singer en la medida en que trata de la confrontación con la verdad y la realidad de un charlatán que ha construido su vida sobre la mentira y la simulación.

Muy bien escrita y rodada, esta inteligente película gana muchos enteros gracias al extraordinario trabajo de un Richard Gere que logra la mejor interpretación de una larga carrera no pródiga en ellas (tal vez sólo la primera parte de ella con Días del cielo, American Gigoló o Cotton Club las ofrezcan). Su trabajo es intenso, complejo, patético, tan desbordante y contenido o grotesco y emocionante como su propio personaje. Tener junto a él a secundarios de lujo como el gran actor israelí Lior Ashkenazi, los estadounidenses Michael Sheen o Steve Buscemi y la francesa Charlotte Gainsbourg refuerza el rotundo frente dramático de personajes que son el mayor valor, pero no el único, de esta más que interesante película que proyecta la sombra tradicional de los antiguos charlatanes y embaucadores de la cuentística judía en el presente de los conseguidores que se mueven, no ya en aldeas o pequeñas comunidades, sino en el mundo globalizado de la posverdad.

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