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  • El Nobel de Literatura sudafricano mantuvo ayer una charla-entrevista con su editora en el Palacio de Carlos V

La primavera literaria granadina se cerró ayer por la tarde en el Palacio de Carlos V. Tras la Feria del Libro, el Tres Culturas y la entrega del Premio Lorca, el Festival Internacional de Poesía clausuró su programación con un acto que contó con la presencia del Premio Nobel de Literatura en el año 2003 John Maxwell Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940).

Con una entrevista-lectura, Coetzee fue el encargado de poner despedir una décimo quinta edición que ha rendido homenaje a la recientemente desaparecida Claribel Alegría y al también fallecido Ángel González. El premio Nobel llegaba al Carlos V después de haber visitado Madrid y Bilbao, una pequeña gira en la que ha promocionado su último libro, Siete cuentos morales, algo que hace por primera vez en España.

Publicada ex aequo por la editorial argentina Hilo de Adriana y Literatura Random House, aborda la relación entre padres e hijos y también el maltrato animal. La obra ha salido en español antes que en inglés, toda una declaración de intenciones para el autor. "Intentar describir la relación de uno con la lengua en la que trabaja es algo profundo y complicado, pero tengo reservas con respecto al inglés a nivel personal, filosófico e incluso a nivel político", explicaba el autor días antes en Madrid.

Con su proverbial timidez, elegante, educado, serio y reflexivo, el escritor charló en inglés con la editora argentina Soledad Constantini. Matemático y doctorado en Lingüística computacional por la Universidad de Texas, cuenta que cuando su mente comenzó a funcionar como una máquina lo dejó.

Para el escritor la lengua inglesa está en proceso de convertirse en idioma mundial por la globalización. "Hay muchos que piensan que puede ser positivo, pero, como cualquier otro idioma, el inglés tiene cosas imbricadas y si empiezas a ver el mundo con las cosas que tiene imbricadas el inglés, puede que te estés equivocando; por ejemplo, expresiones como sentido común (common sense), los anglohablantes que las utilizan creen que es un juicio universal y que no exige otro análisis. En un idioma no debe estar incluido la opinión del mundo", sostiene.

Y es que Coetzee, que estudió en Estados Unidos, soñó de joven, 50 años atrás, con publicar en Londres y Nueva York para que luego se tradujeran del inglés a los demás idiomas. Sin embargo, hoy quiere que sus libros salgan primero en español y luego en australiano. "Veremos qué dice la gente", recalca el escritor, que asegura que fue "distanciándose de Estados Unidos desde Bush hijo".

Ahora, en Siete cuentos morales, Coetzee recupera a su personaje Elizabeth Costello, su alter ego. Se trata de una escritora que apareció por primera vez en 1999. Ahora vive en España, en "una oscura aldea de la meseta castellana". Sus hijos quieren llevarla a una residencia, a un lugar civilizado, pero ella se resiste. También se resiste a ser anciana. Vive rodeada de gatos, unos diez permanentes más algunos visitantes ocasionales. Unos gatos a los que los habitantes del pueblo "disparan cuando pueden o les ponen trampas, y después los ahogan", según Costello. Coetzee entiende que la postura de Costello es extrema pero se pregunta quiénes somos para decidir quién puede vivir y quién no y qué pasaría si se dejasen de matar los millones de animales que se matan.

Da la casualidad que el Nobel de Literatura, vegano estricto -lo que obligó a los organizadores del Festival de Poesía a modificar a el plan inicial de restaurantes previstos- y defensor a ultranza de los derechos de los animales, llegaba a la ciudad la misma tarde en la que se celebraba una corrida de toros, ya que su charla coincidía en fechas con la celebración de la festividad del Corpus.

Curiosamente, el escritor leyó un fragmento de su último libro en el que la protagonista escucha en una conferencia los experimentos realizados por Descartes con conejos para comprobar el sufrimiento animal. "Sentía la necesidad de ponerme de rodillas pero las butacas de la sala de conferencias estaban muy próximas entre sí y no había espacio para arrodillarse. Permiso, disculpen, le pedí a los vecinos. Me abrí camino hacia afuera. Una vez en el pasillo pude por fin ponerme de rodillas y pedir perdón".

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