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El rock quiso ser adulto

  • El Inaem publica 'Más allá del rock', un libro colectivo que trata sobre el nacimiento del rock progresivo y sus múltiples y dispares ramificaciones

En muchos casos, pero no en todos, hoy el rock progresivo parece el ataque de mala conciencia, o la consecuencia de la repentina necesidad de respetabilidad, de una música que pocos años antes se había convertido en la expresión básica de una mística juvenil que no sólo consistía en un sonido, sino también en un estilo de vida. La explosión de la contracultura fue consecuencia del baby boom, las innovaciones tecnológicas, el crecimiento económico, la proliferación de medios de comunicación y las convulsiones sociales. Y de repente, en los años 70, en plena resaca del hedonismo y la psicodelia (aunque también empapados de las formas de ésta) los músicos de rock empezaron a hablar de progreso, a valorar su trabajo en términos de evolución y complejidad musical, y a arropar sus canciones con discursos que apelaban a la legitimidad del arte, no sólo a la diversión.

Las canciones, entonces, empezaron a dilatarse y a incorporar técnicas jazzísticas de improvisación y nuevos recursos tecnológicos (pedales para guitarras, técnicas de producción...). El resultado de esta insubordinación ante las estructuras tradicionales de las canciones, fue la proverbial multiplicación de discos conceptuales y el cambio de paradigma en el formato de comercialización, hasta ese momento mucho más propenso al single, de entonces en adelante y hasta hace poco (internet...) basada en el elepé, que permitía a los músicos mayor margen para trabajar con esa especie de "estilo libre", como lo llamó Jimi Hendrix.

Más allá del rock, un ensayo colectivo editado por el Instituto Nacional de las Artes Escenas y de la Música (Inaem), explora las raíces y la compleja naturaleza de este género de difícil homologación y fronteras difusas. El libro está coordinado por Julián Ruesga Bono, comisario de arte y director de la revista Parabólica, y el argentino Norberto Cambiasso, profesor de la Universidad de Buenos Aires y estudioso de las diversas corrientes experimentales del rock. Ellos se ocupan de aclarar los objetos de estudio, "casi inexplorados en lengua española", según el segundo.

Sus dos artículos, los primeros, trazan las líneas genealógicas -también los diferentes contextos sociopolíticos- de un "panorama de músicas progresivas y experimentales en un amplio abanico de países", definición general con la que el argentino sortea la dificultad de justificar la adscripción a un mismo género (por amplio que sea) de propuestas tan alejadas como el "pastoralismo melancólico", la "épica escapista", el "virtuosismo a ultranza" y la "monumentalidad dinosáurica" que caracterizaron el rock sinfónico (la vertiente más discutida del prog rock), y el "pensamiento mecanicista", la "emotividad obsesiva", los ritmos metronómicos y radicalmente modernos, la experimentación con la electrónica y la música concreta y las premisas críticas e intelectuales del llamado kraut rock, analizado aquí por Vidal Romero. En uno de los textos más rigurosos e interesantes, el crítico de Go Mag y Clone sigue la estela de este 'no-género' fundamental y fascinante, latente años más tarde en la música disco, en la marcialidad desasosegante de Joy Division, el space rock o el post-rock.

De este último género, si es posible hablar de género, se ocupa Blas Fernández, crítico de música. Y en eso precisamente, en la dificultad -o imposibilidad- taxonómica del post-rock, se centra su artículo. "¿Se puede contar -escribe- la historia de un género que como tal no parece haber existido y del que se han venido desmarcando la mayoría de aquellos que, de manera involuntaria, fueron adscritos a él?". Fernández prefiere emparentarlo con el art rock, el rock de vanguardia y la experimentación en general. En cualquier caso, y al margen de debates semánticos, los grupos que fueron ubicados en ese extraño y dispar territorio formaron en la década de los 90 una hermosa constelación en la que, a partir del eterno debate sobre la (hipotética) muerte del rock, éste retorció su sintaxis y su gramática, jugueteó con la textura del sonido y con las expectativas del oyente en discos contaminados por igual de free jazz (Tortoise), la tecnología del sampler (Disco Inferno), composiciones de cámara (Godspeed You! Black Emperor) o por la deconstrucción cósmica del punk (Mogwai).

El libro incluye otros artículos sobre La Edad de Oro del Progresivo Ibérico, a cargo de Luis Clemente (que firma un texto experimental: 20 páginas exhaustivamente aprovechadas sin un solo punto y aparte); algunos movimientos poco conocidos en España, como el Rock In Opposition, que conectó el rock con el internacionalismo político, el cooperativismo anti-stablishment y el folclore de países como Suecia, Italia, Marruecos o Tanzania, y un curioso repaso por los principales hitos del género en América Latina (los dos a cargo de Humberto Luna).

A pesar de la irregularidad de sus textos, de algunas erratas de bulto, varios anglicismos chocantes ("suceso de ventas", "compañías grabadoras") y cierta laxitud en la redacción ("su primer álbum es recién de 1977"), el libro, que inluye pistas para documentarse y discografías recomendadas al final de cada capítulo, supone una completa panorámica de un género frecuentemente denostado por la crítica, pero que aún hoy sigue vivo, al margen de otros casos más de género, en propuestas minoritarias (Dungen, The Beta Band) o directamente masivas (muy a su manera y no siempre, Radiohead).

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