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Hasta siempre maestro

  • Muchas cosas importantes están pasando en esta 60 edición, que marcará un antes y un después en la historia del Festival, y sin duda la más triste ocurrió anoche en el palacio renacentista

Lleno absoluto y un ambiente especial anoche en el Carlos V para despedir a Daniel Barenboim, que tantas veladas inolvidables nos ha regalado en el Festival, sobre todo desde que en 2004 comenzó la ininterrumpida colaboración con Granada que lo había convertido ya en presencia imprescindible. Muchas cosas importantes están pasando en esta 60 edición, que marcará un antes y un después en la historia del Festival, y sin duda la más triste ocurrió anoche en el palacio renacentista, puesto en pie para despedir al maestro. Desde la impresionante ovación con que fue recibido, parecía que el público no sólo no quisiera que Barenboim se marche del Festival, sino que ni siquiera lo dejaba abandonar el escenario del Carlos V, donde anoche volvió a brillar con todo su poderío artístico y musical. Concierto mágico y por momentos sublime, que el público escuchó en un silencio casi devoto, no roto siquiera por una tos. Tal fue el entusiasmo del respetable al terminar en la primera parte el concierto de Mozart, que el maestro tuvo que salir tres veces al escenario y corresponder con un bis, porque dijo que la palabra propina había que desterrarla del vocabulario musical por indigna. Tocó entonces el Impromptu en La bemol de Schubert, un momento de una emoción y una belleza indescriptibles.

No puede ser casual, con lo pensados que están siempre los programas del Festival, pero en cualquier caso el de anoche estaba lleno de simbolismo. Primero por comenzar con el concierto nº 27 de Mozart, el último que escribió para piano y orquesta, que tocó en su última actuación, Viena marzo de 1791, nueve meses antes de morir. El concierto está impregnado de un fuerte lirismo casi pre-romántico, que dejó un aire vago de nostalgia flotando entre los aplausos, tras ejecutar de nuevo el maestro esa proeza de ubicuidad de ser solista y director al tiempo, y excelente en ambos campos. A muchos ya nos pareció un festín de música, pero el plato fuerte estaba en la segunda parte, con una 3ª Sinfonía de Bruckner también llena de simbolismo, pues concluía así el repaso que Barenboim ha dado en los últimos festivales a la integral sinfónica del compositor. De la pieza no se puede destacar especialmente su originalidad, pues el tributo de Bruckner al compositor que más admiraba ha hecho que se llegue a conocer la obra como Sinfonía Wagner, pero es en cualquier caso buena, gran música, y en las manos de un conductor como Barenboim y unos intérpretes como los de la Staatskapelle de Berlin, música divina. Estupendo, emocionante concierto, con ovaciones delirantes. Porque no lo podemos evitar: queremos tanto a Barenboim.

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