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El tono del transmisor

La España de la merienda del pan con aceite, de la brisca y el tute en el antiguo casino del pueblo, la de las letras para pagar el motocarro, la que no puede pagarlas, la que colgaba en la puerta de la tienda el cartel de "enseguida vuelvo", la de los mandaos, la España a la que daba el tono el transmisor -como llamaba mi abuelo a la radio-, y sonaba en la casa a La Piquer, a Manolo Escobar al pie de la furgoneta que vende paños, mata moscas, jabón Lagarto y Soberano. La de Arias Navarro, Carmen Sevilla, el Cola-Cao, Lola Flores, la del fútbol y los toros, el sonido, las canciones de la España de mis abuelos y mis padres, el tono al que nací yo.

De todo eso y mucho más habla y canta, hace crónica el lúcido espectáculo de Xavier Albertí, Crónica sentimental de España, que es a su vez una sabia crónica escénica, adaptación cabaretera, dramático-musical del texto original que publicó Vázquez Montalbán a finales de los años 60.

Texto y espectáculo que vienen a poner el acento en lo político, el tono que articula todo ese fondo sentimental común y sonoro. Un texto que en las universidades norteamericanas llaman como "un remontarse a los comienzos de los estudios culturales en España", una especialidad académica, la Crítica Cultural que distingue entre la alta y baja cultura, distinción contra la que Montalbán siempre trabajó.

Algo a lo que atiende este espectáculo y que incorpora inteligentemente a su dramaturgia, adoptando la forma más cómplice: el cabaret. Seis actores-cantantes espléndidos interpretan una partitura en la que se funden fragmentos textuales y canciones, analizadas en el libro de Montalbán. Canciones como Mi jaca, Rascayú o Tengo una vaca lechera son interpretadas con distancia incorporando la ironía a través del gesto del actor o el uso de instrumentos de juguete. Impresionante es la reinvención propuesta en ¡Que viva España!, una versión que suena a árabe de pacotilla para que resuene el patriotismo de pacotilla. Tienen igualmente su número músico-teatral la marioneta folclórica, el eterno adolescente Raphael o la Lola Flores más tombolera. Los momentos musicales van entrelazados con fragmentos textuales, ocasionalmente se apoyan con el propio Xavier Albertí al piano. Al piano también, un pasodoble minimalista, sigue en esa tónica de parodia a las necedades de la alta y baja cultura. Hay tono, imaginario colectivo, tanto en Manolo Escobar como en La Scala de Milán. La textualidad hila fragmentos que provienen de un amplio abanico de obras de Montalbán publicadas a lo largo de cuarenta años: Tatuaje, Barcelonas, Crónica sentimental de la transición... Materiales textuales bien diversos que sorpresivamente se tornan en dramáticos. Valiente tono y delicioso espectáculo.

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