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Las trampas de la fábula

  • Se cumplen 150 años de la publicación de la obra maestra de Lewis Carroll y Ediciones Esdrújula ha recuperado en edición facsímil el relato que dio origen a 'Alicia en el País de las Maravillas'

Martin Gardner, matemático y filósofo, además de responsable de una reputada versión anotada de Alicia en el País de las Maravillas, era de la opinión de que dicha obra debía salir urgentemente de los estantes dedicados a la literatura llamada "infantil" y colocarse en los consagrados a la literatura "para adultos". No andaba mal encaminado, pero erraba estrepitosamente, pues si bien la fábula de Lewis Carroll contiene una serie de propuestas lógicas y lingüísticas que sólo los adultos (que sólo algunos adultos en realidad) apreciarán, está concebida según una idea de la fantasía que ha hecho las delicias de generaciones enteras de infantes hace ya la friolera de ciento cincuenta años.

En el fondo la cosa es sencilla: comparemos la literatura a una cebolla y la lectura al acto de pelar este bulbo de la familia de las liliáceas. Pues bien, los niños seguramente se contenten con arrancar las capas superficiales de la historia, y nada malo hay en ello; los lectores más audaces o testarudos podrán arrancar éstas, morder las que hay debajo, comerse la cebolla entera.

Alicia en el País de las Maravillas, que salió a la luz el 4 de julio de 1865 en una edición costeada por el propio autor, había nacido justo tres años antes, la tarde del 4 de julio de 1862, durante una excursión en barca por un afluente del Támesis, "arriba el cielo azul sin nubes, abajo el espejo de las aguas", escribió Carroll. Lo acompañaba un buen amigo, Robinson Duckworth, que refrendó posteriormente la versión oficial de los hechos, y tres niñas, las tres hermanas Liddell: Lorina, Alice y Edith, hijas de Henry Georges Liddell, deán del Christ Church de Oxford, en cuya Universidad permanecería Carroll durante cuarenta y siete años, primero en calidad de alumno, luego como profesor de matemáticas. La amistad con la familia Liddell fue intensa hasta que la señora Liddell empezó a ver con malos ojos el interés superlativo de Carroll por su segundogénita; él tenía treinta años en tanto la pequeña no había entrado aún en la pubertad. Se rumoreó que Carroll habría llegado a pedirles la mano de su hija, un extremo nunca confirmado.

En los buenos tiempos, Lewis Carroll visitaba a los Liddell casi a diario y entretenía a las niñas contándoles historias que improvisaba sobre la marcha, la mayor parte olvidadas tras de ser contadas. O no. Una de esas historias improvisadas (o no), la que entretuvo a su breve auditorio aquella dorada tarde de julio mientras paseaban en barca, acabaría negro sobre blanco ante la insistencia de la musa mínima del escritor, Alice Liddell. Carroll escribió para ella Aventuras de Alicia bajo tierra (haciendo las oportunas omisiones y los necesarios añadidos), la ilustró con primor y se la entregó el 16 de noviembre de 1864 como "regalo de navidad" y en recuerdo de aquella inolvidable jornada de verano. Varios años después, el extraordinario éxito de Alicia en el País de las Maravillas y de su continuación, A través del espejo y lo que Alicia encontró allí (1871), llevó al escritor a pedirle la copia manuscrita a su dueña a fin de entregarla a la imprenta. Aventuras de Alicia bajo tierra apareció en 1886. Y Ediciones Esdrújula la ha recuperado hoy en edición facsímil y con traducción de Modest Solans Mur.

En Aventuras de Alicia bajo tierra se sientan los cimientos de la obra definitiva. La pequeña Alicia sigue al interior de su madriguera a un conejo blanco de ojos rosados que pasa corriendo junto a ella, preocupado porque se le está haciendo tarde no se sabe para qué ni importa en verdad (¿No basta para satisfacer nuestra curiosidad el prodigio de tropezarse con un conejo vestido con chaleco que consulta nervioso un reloj de bolsillo?). En ese mundo subterráneo, que aún no es el de las Maravillas, aunque maravillas haya por doquier, la niña se encuentra en situaciones y con personajes que ponen continuamente a prueba lo que sabe o cree saber, lo que es o cree ser. El lector acusará la ausencia de hallazgos magistrales como el Gato de Cheshire o el Sombrerero Loco, pero se reencontrará con el ratón que lleva escrita su historia en la cola, la oruga que fuma en pipa de agua o esa grotesca e inquietante parodia de la monarquía victoriana con una Reina de Corazones gritona que manda continuamente que le corten la cabeza a algún súbdito. El lector hallará asimismo el frenesí imaginativo que singulariza las ficciones de Lewis Carroll.

Para Jonathan Miller, el éxito de Alicia en el País de las Maravillas y otras fábulas similares radica en que, sirviéndose del lenguaje de los sueños, ilustraron ejemplarmente el miedo del niño a crecer. Para mí, las aventuras de Alicia ilustran sobre todo el miedo de Lewis Carroll a que creciera su Lolita particular, aquella niña de diez años que aceleraba su corazón tartamudo y solitario. La fábula fue la trampa sutil donde la retuvo tal cual quería recordarla.

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