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La vecina se llama Esperanza

Es fascinantemente melancólica la idea de que un hombre aún joven, al serle diagnosticada una enfermedad terminal, desee comprar la casa de su infancia. Y que, al no lograrlo, se mude a la vecindad para rondar sus recuerdos de aquellos años en que los días duraban tanto y la vida parecía no tener fin. Allí donde nacimos moriremos siempre, escribió Rafael Montesinos. E Ignmar Bergman, en Fresas salvajes, hizo que en torno al viejo profesor, al visitar la casa de sus veraneos infantiles y juveniles, revivieran quienes ya hacía mucho que habían muerto. Los momentos en los que se ve a Henry Poole -el protagonista de esta hermosa película- contemplando desde fuera su casa infantil o en los que la visita son, desde luego, conmovedores. "Son mis últimos recuerdos felices", dice cuando visita el que fue su cuarto. Pero no halla allí el refugio que esperaba encontrar -"no hay donde esconderse", concluye-, sino en algo que jamás hubiera sospechado.

Mientras en la casa vacía el angustiado sujeto se come todas las pizzas y se bebe todas las botellas de vino del vecino supermercado, en una de sus paredes se está labrando su ruina... o su salvación: una mancha será interpretada por una madura vecina hispana como la milagrosa aparición del rostro de Cristo. A partir de ahí el hilo trágico (el desahuciado que quiere morirse solo, borracho y junto a su casa natal) se anuda con el cómico (el grupo cada vez mayor de ancianas que invaden su jardín para venerar el milagro) y a un tercer hilo romántico (la joven y hermosa vecina cuya hija está traumatizada desde su divorcio) para tejer una amable fábula que mezcla con desenvoltura la comedia posmoderna indie con la más tradicional comedia mágico-religiosa, en la que una intervención más o menos divina solventa los problemas de los personajes; eso sí, en una clave ligera que oscila entre la autoayuda y la difusa espiritualidad sincrética hipermoderna. Lo esperable de un director tan hábil, sinuoso y desconcertante como Mark Pellington, antiguo creativo de MTV que se mueve con idéntica comodidad en el documental musical (U2 en 3D), el cine fantástico (Mothman, la última profecía), el thriller (Arlington Road) o la recreación del universo de las groopies y las giras de los grupos musicales de los 70 (Casi famosos).

Sin embargo hay algo que pone autenticidad en tanta ligereza, cuidadosamente filmada con una refinada estética que oscila entre las postales de los años 50 y los cuadros de piscinas californianas de David Hockney: el rostro humano, cuya exploración y conversión en paisaje dramático a través del primer plano es y será la mayor aportación del cine a la historia del arte. Los rostros de Luke Wilson (el desahuciado Henry Poole), Radha Mitchell (su vecina viuda), George López (el cura hispano que intenta conciliar razón y piedad) y sobre todo Adriana Barraza (Esperanza, la madura hispana que descubre el rostro de Cristo en la mancha de la pared) crean, a través de excelentes interpretaciones, ese paisaje de emociones. El juego de primeros planos entre Luke Wilson y Adriana Barraza, ya sea en el momento en que la compasión parece vencer la resistencia del escéptico y amargado Henry Poole o en el que -tras la curación de la niña- se ensaña con ella, son de una gran nobleza humana y una gran verdad interpretativa. Y donde estas dos cosas confluyen hay cine, buen cine, por mucho que la película bordee la insportable levedad de la espiritualidad hipermoderna o utilice como estrategia de seducción la estética del actual cine presuntamente independiente.

En este largo y pausado intercambio de miradas, en esta apertura al otro filmada a través del juego de primeros planos, está la clave de esta amable y bella película: el infierno no son los otros, como sostenía el filósofo batracio, sino el egotismo que incuba amarguras; y el milagro, intervenga o no la divinidad, es abrirse a la vida y a los otros. Aunque bastaría la maravillosa interpretación de Adriana Barraza -esa vecina llamada Esperanza- para que valiera la pena ver esta película que es más de lo que a primera vista parece.

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