Actual

Aquellos viajes iniciáticos

  • Una decena de destinos en 'Andaluces por el mundo' inspiran al periodista Luis Márquez en 'Los años viajeros'

Luis Márquez. Gramática Parda, Sevilla, 2013. 171 págs. 14 euros

Las lecturas de los viajes de Chaves Nogales por la Europa de entreguerras y las deliciosas crónicas, humoradas y sagaces, de Julio Camba en sus periplos por el viejo continente nutren los pasajes que recorren Los años viajeros, del periodista Luis Márquez (La Luisiana, Sevilla, 1981), pero también la inmersión diaria en las páginas de los periódicos y las horas y horas invertidas en el reporterismo catódico.

Porque en este libro, que edita el joven sello Gramática Parda, hay tanto del periodista que es -aquel que nació en las páginas de este medio y atrapó después la televisión; aquel que trata de explicar y de acercar al común lo ajeno- como del viajero diletante que lleva dentro, ése cuya mirada se fascina ante lo exótico y advierte de lo incierta que es la suerte humana si se nace tan sólo un par de metros más allá de donde la vida deja de valer lo que vale una vida.

Fruto de los viajes que realizó durante los cuatro años que ejerció como reportero en el programa Andaluces por el mundo -el formato que marcó tendencia en la televisión autonómica y se multiplicó por el resto de canales-, el reciente premio Ondas por el programa de Canal Sur Televisión 75 Minutos traslada al papel las experiencias en una decena de aquellos destinos que resultan, en conjunto, una suerte de viaje iniciático que arranca en Santo Domingo, en el barrio de El Caliche, "donde los días se cuentan por muertos", y acaba en El Cairo, pocos meses después de la llama de la primavera árabe, cuando "Tahir se convirtió en una habitación más de nuestra casa".

La tramoya dominicana, la que no se ve desde el escenario idílico de resorts de playa fina, pulseritas y cogorzas occidentales, será el destino de la "inocencia perdida" porque será aquí la vez primera en que Márquez se cuestione sobre la ética y los límites de la información, términos, con frecuencia, que han caído en desuso en las redacciones. "En mi cabeza lucha la excitación que provoca el tremendamente televisivo material que estamos filmando con la tristeza que genera contemplar la dureza de la vida de estos niños", escribe.

A ellos dedica el periodista algunos de los más sensibles pasajes que incluyen estas páginas, en donde asoma su protección hacia los débiles: da cuenta del universal lenguaje del fútbol tras echar una pachanga con un grupo de chavales en un barrizal de Masiphumelele, uno de los barrios más castigados por el apartheid en Ciudad del Cabo y también relata la labor de Sarai, una española dedicada al cuidado de niños indios con discapacidad intelectual en un país donde su progreso importa a muy pocos.

De "la Norteamérica rancia", que es como llama a Texas y sus inabarcables galerías de tiro, de las excentricidades de los dueños del oro negro en Qatar -donde hay porsches abandonados y casas con forma de dinosaurios-, de la "existencia como resistencia" frente a la valla electrificada en Ramala o del frío como forma de vida en Laponia escribe Márquez en un ejercicio de acercamiento a la literatura de viajes de aquellos a los que siempre admiró. Ya lo escribió el autor de Juan Belmonte, matador de toros: "Andar y contar. Ése es mi oficio".

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios