El arte de la viñeta

La vida después de MAO

  • La editorial Astiberri acaba de llevar a las librerías 'El tiempo del Partido', segunda entrega de Una vida en China, la espléndida empresa autobiográfica de Li Lunwu

El tiempo del Partido -segundo volumen de Una vida en China- arranca en septiembre de 1976, en Pekín, durante los funerales de Mao Zedong, el comandante que jamás habría abandonado -o así creyeron- el puente de mando de la nación china. En las primeras páginas se retrata el duelo general. El país llora el deceso y las multitudes se disponen en escuadras ante el lugar donde se celebran las exequias. Las gentes -inmersas en el anonimato- avanzan lastimosamente para rendir un último tributo al Gran Timonel, los hombros alzados, las cabezas hundidas, los brazos inertes; alguna mano, si acaso, se aferra a la propia pierna, como para no precipitarse en el vacío. El del cadáver será el primer rostro que veamos; en estos compases iniciales, paradójicamente, el difunto será el único individuo con una identidad precisa. El pueblo no sólo está abatido: se siente desamparado. Que es el riesgo obvio de abandonarse en manos de un líder. Con él lo somos todo; sin él, nada.

Para más inri, la gestión de Mao Zedong ha sido nefasta. Su política del sacrificio y el exceso ha alumbrado un país mal nutrido pero bien adoctrinado, sumiso y temeroso, en donde el vecino mira con suspicacia al vecino; las consignas revolucionarias se repiten como una letanía, sin pensar realmente en el significado de las palabras... Li Kunwu recupera a los protagonistas del primer volumen mediante una audaz estratagema, un intercambio de cartas: su alter ego, Xiao Li, que se alistó como voluntario en el Ejército Rojo, escribe al padre, confinado a un centro de reeducación; éste escribirá a su vez a su esposa, que trabaja de sol a sol en una fábrica, quien escribe a la hija, Meimei, destinada a tareas agrarias en una comarca perdida. El Partido es quien baraja el destino de las gentes. La llegada de Hua Guofeng, representante del ala más moderada, introduce una sutil variación en la ruta. En primer lugar, ordena la detención de la llamada Banda de los Cuatro, entre quienes se encuentra la viuda de Mao, y bajo la vaporosa acusación de actividades contrarrevolucionarias descarga sobre sus anchas espaldas los desmanes de la 'Revolución Cultural', una de las páginas más negras de la Historia de China. No es una simple cesura en el poema, sino un primer desgarrón, una primera ruptura con el pasado.

Las novedades introducidas posteriormente por Den Xiaoping serán aún más radicales. Una nueva propuesta, la llamada 'Liberación de pensamiento', abre el país a Occidente y al tiempo presente; el paso sucesivo, aún más firme, el 'Movimiento de Reforma y Apertura', todavía vigente, marcará las directrices que han acabado convirtiendo el llamado Gigante Asiático en la segunda potencia económica mundial. Estos nuevos vientos están excelentemente expresados en la pragmática de Deng Xiaoping; recuérdese aquella famosa sentencia suya: "Da igual que el gato sea blanco o negro, lo importante es que cace ratones". El Partido, no obstante, sigue estando por encima de todas las cosas -ya sea la familia, ya los amigos- metamorfoseado en una proteica entidad que crece a expensas de sus miembros, a quienes engulle para regurgitarlos convertidos en tipos uniformes, iguales entre sí. Xiao Li, el protagonista, se obsesiona con la idea de ser aceptado en sus filas. Una empresa nada fácil, pues el Partido Comunista Chino representa a la élite del régimen: apenas un 2% de la población está afiliada. El padre lo alienta con estas palabras: "A mí me tocó hacer una revolución, ¡a ti te toca mantenerla viva!".

La calidad humana de El tiempo del Partido está fuera de discusión: Li Kunwu está abriendo el baúl de los recuerdos, su vida entera, y vertiendo todo ello en el molde propicio de la viñeta. Hay que insistir, con todo, en la relevancia histórica de Una vida en China. Puesto que el país carece de tradición tebeística notable, Li Kunwu está sentando las bases de un futurible cómic nacional. Las influencias son muchas, y todas bienvenidas, pero despuntan principalmente dos: el artista se nutre de la riquísima tradición pictórica china -en la cual la mancha de tinta está en relación de igualdad con el trazo- y la combina con una imaginería muy reconocible, heredada de treinta años de dedicación profesional a la propaganda del Partido; eso sí, eliminando la estética estatuaria y ejemplarizante que la caracterizaba. En breve: Una vida en China ofrece al lector occidental una oportunidad valiosísima de asomarse a una manera diferente de cultivar el arte de la viñeta.

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