Aforo m.s. Se trata de la gente que cabe en un lugar. En política, que no es una ciencia exacta, sino una milonga inexacta, este dato resulta irrelevante. La semántica política tiene sus propias reglas; y el aforo, contra el criterio de la Real Academia, es la gente que has arrastrado a un mitin, o, para ser exactos, la gente que tú dices que has arrastrado a un mitin. En algunas sociedades avanzadas, esto se calcula con métodos científicos o aplicaciones tecnológicas, para precisar con exactitud. En España se prefiere la cuenta de lagüela, que en realidad es un cálculo a ojo cuya fórmula no es x=dtx2/log(t) sino aquí hay la gente que yo digo que hay. Más que el aforo, aquí rige el aforro: el número real me lo paso por ahí mismo.

Hay una importante tradición de aforro. Los sindicalistas de la Transición, para no liarse, añadían un cero: así, los actos de 5.000 personas pasaban a 50.000 y los de 50.000 a 500.000. Poco sofisticado, pero sistemático. Una vez asumido que este dato tiene la credibilidad de un sondeo de Tezanos, hay manifestaciones de 35.000 que la organización eleva a un millón sin despeinarse. En definitiva, todos mienten sobre el aforo. Claro que ¿por qué el aforo iba a ser una excepción?

Micromitin m.s. Mitin en el que no cabe manipular el aforo, al tratarse de un recinto cerrado. Esto impone límites a la fantasía. Van a menos. Véase Dos Hermanas: antes celebraban en el velódromo para 20.000 y ahora en la caseta de feria donde caben 2.000. De ahí que ahora -haciendo, de la necesidad, virtud,- no convoquen mítines sino micromítines. No es un problema de espacio, sino de capacidad de convocatoria. Siempre hay quien se queda fuera, y se puede presumir de ello. Los micromítines dan cifras de microéxitos. Esto, antes de la neolengua, se denominaba sencillamente fracaso.

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