Empeñado en demostrar que la independencia vive y la lucha sigue, Quim Torra nos procura otro glorioso sainete con su peculiar desobediencia al Estado, tan auténtica como la legendaria fake DUI y tan bizarra como una gallina por huevos que ponga en la cesta del dontancredismo.

Con todo respeto al grito sordo del lazo amarillo, símbolo solidario con los presos del procés, no es de recibo que el presidente de (todos) los catalanes lo cuelgue en el balcón de la Generalitat. ¿Se imagina algo similar ornamentando La Moncloa fuera cual fuera la causa y el inquilino de turno? Se le llena la boca de democracia, pero rezuma un sectarismo pueril, que subsiste con baladronadas muy medidas para mantenerse fuera del radar del Código Penal.

El jefe del Govern intenta mantener viva una llama que se aguó nada más encenderse el 19 de octubre de 2017 con la mecha mojada del pseudorreférendum ilegal diez días antes. Un banderín de salida para la entelequia de la independencia que, según ha declarado un investigador en el juicio del procés -a tenor de la documentación intervenida al ex secretario de Hacienda de la Generalitat Lluís Salvadó-, habría tenido un coste de 22.8000 millones de euros. Según este testimonio, el Govern llegó a pedir financiación (11.000 millones) a China. Catalanidad en estado puro.

Torra sabe que la desobediencia tiene sus riesgos, pero (naranjas de la China) no está dispuesto a correrlos y tira de épica en un farol nada luminoso. Su presunta firmeza ante la orden de la Junta Electoral Central de dejar limpio de sectarismo del balcón de la Generalitat fue una mascarada. La impostada resistencia ante el Estado puso a bailar al Síndic de Greuges (Defensor del Pueblo catalán), y Torra exhibió músculo anabolizado mientras esperaba un informe que ya conocía.

La causa independentista se cuelga del simbolismo y la retórica. Torra se limita a cambiar al lazo el color. No le faltarán conmilitones al president más atorrante de la historia reciente, a los que también les debe sacar los colores con una beligerancia obediente, de vuelo circular y que igual sólo persigue una salida airosa (y cobarde): la inhabilitación.

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