Resulta muy fácil engancharse a las desventuras de una familia conforme su fachada de aparente perfección se va desmoronando poco a poco. La serie mexicana La casa de las flores, disponible en Netflix desde octubre su segunda temporada, es una comedia familiar de enredo con más encanto del que parece a primera vista. Solamente en los dos primeros episodios ya hay una muerte, varias infidelidades secretas, un remedo de Adivina quién viene esta noche, una señora cotilla siempre al borde de destapar todo el pastel, problemas de dinero que se comentan entre susurros y, sobre todo, un gran esfuerzo por mantener las apariencias de la familia de clase alta protagonista. Evidentemente, cuanto más lo intentan, más se agrieta su imagen pública de clan perfecto.

Los ingredientes con los que trabaja el director mexicano Manolo Caro, creador de esta ficción, son todos típicos de los culebrones, con revelaciones de familiares que no se sabía que existían, negocios escondidos y, sí, hasta una nuera transexual que es el personaje que ha congregado la polémica alrededor de la serie por estar interpretado por Paco León, un actor cisgénero en lugar de una mujer transgénero. Lo que busca La casa de las flores es precisamente darle una vuelta al género; no es una parodia, como podían serlo series estadounidenses como Betty la fea o Jane the Virgin, ni enfatiza tanto el humor como lo hacía Betty, pero sí intenta que sea una evolución de aquellas telenovelas de principios de los 90 de lujo y poder.

De hecho, su principal referente es Mujeres desesperadas, que también tiraba de las convenciones de las soap operas para renovarlas con su mezcla de comedia negra, drama familiar y misterio. Esta familia está encabezada por toda una institución de la televisión mexicana, una Verónica Castro que tiene parte de la culpa del éxito de los culebrones en España debido al fenómeno de Los ricos también lloran. Castro es la matriarca y la dueña de una floristería que ha permitido a su familia ganar una fortuna y una posición social que quiere proteger a toda costa. Esta obsesión hace que su marido y sus hijos le oculten cualquier cosa que crean que pueda afectarla, lo que incluye unas dobles vidas que saltan rápidamente por los aires por culpa de una fiesta de cumpleaños.

Con este arranque de 10, Castro abandonó la serie en la segunda entrega y no se la espera tampoco en la tercera, que se estrenará este año. Su ausencia ha dejado un vacío grande, es evidente, aunque la familia sigue tan excéntrica, o más si cabe, que antes. Con situaciones tan absurdas como memorables, no es de extrañar que sus seguidores esperen con ansias el estreno de la tercera temporada. Ahora también con Eduardo Casanova, María León y Eduardo Rosa, la crítica social cada vez es más voraz.

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