Si hay trato, amigos pueden ser el perro y el gato. Entre ladridos y maullidos, resuenan frases que el viento se llevó, aunque las hemerotecas siguen aullando desgarradoramente: "Dejar gobernar a quien gana las elecciones es el principal pilar de la regeneración democrática". Era junio de junio de 2016, Pablo Casado ocupaba el cargo de vicesecretario de Comunicación del PP y repetía incansable el mantra. Como hasta hace menos de un año: en julio de 2018, el PP presentaba en el Congreso una proposición de ley de cara (valga la redundancia) a garantizar que gobernara en los Ayuntamientos la lista más votada. Paradojas de la vida, ese mismo partido en caída libre tras perder más de la mitad de sus escaños en el Congreso (el 28 de abril pasó de 137 a 66) ha salido airoso de la ulterior batalla municipal haciendo del bloque de perdedores uno de ganadores (la redundancia de la cara) con escasas excepciones en el reparto de poder, aunque la extrema derecha no está dispuesta a conformarse con las migajas en ciudades como Madrid, Zaragoza o Granada, donde la izquierda se impuso el 26 de mayo y se ha quedado a dos velas después de que PP y Cs se las pusieran al diablo, como estentóreamente se está visualizando en Madrid, mientras a Isabel Díaz Ayuso le está entrando un fundado tembleque a poco que se pudra el tira y afloja y a Vox, cooperador necesario para tumbar a la lista más votada, Más Madrid, le dé por montarle un órdago a sus compañeros del viajecito del ni contigo ni sin ti.

Casado sepultó el mantra de que gobierne el más votado en las primarias del PP: Soraya Sáenz de Santamaría ganó en el voto de los afiliados, pero el líder sumó sus compromisarios a los de María Dolores de Cospedal para ganar.

Rivera quería echarle una mano al cuello y erigirse en referente de la derecha y lo que ha hecho es entregarle a Casado Madrid y otras 11 grandes ciudades. Censura al PSOE que pacte con Podemos, aunque tiene la llave con sus 57 diputados. Y ahora su gran referente, Macron, echa pestes de sus acuerdos con la ultraderecha.

Y en Ferraz se les olvida poco a poco el grito de la militancia de con Rivera no. ¡Qué difícil es confiar en nuestros políticos! La vida misma.

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