Me he esquinado, y en el córner, he arremolinado un poco de todo: esperanzas, vacíos, decepciones… Y vida. Mucha vida que no volverá. No me pregunten, pero es así. Y tampoco pienso convertirme en un golfo de los que entra y sale a escena conforme a cualquiera se le antoja. Todos tenemos ego. Pero el mío ya no vive de eso. O al menos así lo siento. Cuarenta años y una chispa más de democracia valen infinitamente más que un vacío lleno de gente, que unas estúpidas palabras con miedo a contestar a nadie. Faltaba más.

Por eso presumo de estar entre quienes predican lo bueno de olvidar cuanto vivimos ahora; que ya está bien de despotricar; que toca dejar de juzgar con la tinta de mi pluma; que, las más de las veces, las páginas de un periódico no pueden convertirse en una suerte de tiro con arco al primero que se cruce. Si éste, el de juzgar en público, es el mayor rédito que pensamos obtener en la vida…

Cuarenta años de democracia requieren mucho de responsabilidad colectiva. Y cuarenta de responsabilidad colectiva, merecen, cuando menos, una dosis de pausada meditación. No vinimos a cargarnos nada. Tampoco a destruir lo que apenas vivimos y nos entregaron con la confianza puesta en que lo conservaríamos. Somos eso: comentarios que a veces bajamos en demasía el listón de la dignidad. Frases que aprovechan el megáfono público en una leve brisa de autoadulación. "Macho, cómo lo has puesto hoy…" No vinimos para distraer sólo con lo que gusta. Ni tan siquiera con lo que algunos pretenden. No podemos ser marionetas. El devenir de nuestra empatía, no se produce por condenar, sin saber a ciencia cierta lo que acusamos; ni por denigrar a unos y otros como lema, como máxima para subsistir en el mediático sistema. La gente ya se cansa de este circo. El que se crea con capacidad para hacerlo mejor, que se arroje al barro.

Inauguro una etapa complicada defendiendo lo que entendí y pude ver desde pequeño: cuarenta años de convivencia. Cuarenta años de un estado que me proporcionó lo que soy. Sin más. Cuarenta años de personas que entregaron tiempo, familia y vida en construir lo que tenemos. Cuarenta años de democracia, de convivencia, de claroscuros… hasta aquí podemos leer.

Queda lo de delante, lo que viene. Pero si no respetamos lo entregado, dudo que construyamos mucho más. Lástima. Por ello, es bueno reclamar la pausa, el aliento, la igualdad, la equidistancia… perseguir la oscuridad, por supuesto, lo corrupto, al que se jacta de que, gracias a él, se equilibra el mundo…pero destinando a ello el tiempo preciso y la palabra justa. Entregando el resto de nuestro vocabulario a lo que verdaderamente importa.

Cuarenta. Y tantos. Quién sabe. A lo mejor alguien de Vdes. mira hacia adelante y comprende lo que escribo. En el camino nos encontraremos. Mis valores, los de vivir en paz, son los tuyos. Y no cabe aquello de, como decía Groucho Marx, si no te gustan, buscamos otros. Estoy seguro. En el camino nos encontraremos.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios