Queridos hijos: Seguro que lo haremos. Recordaremos el pasado. Sonreiremos y diremos que lo logramos, que fuimos capaces de conseguirlo. No sé cuándo. Un día. Bajaremos al portal. Nada habrá cambiado. Todo seguirá como antes. Será un día nuevo, distinto, vacío de miserias, como si este tiempo se hubiera enterrado en la nada. Recuperaremos la ciudad, nuestros juegos, nuestras reuniones, nuestro sosiego. Y recordaréis que nunca os dejamos solos. Que estuvimos velando porque no os pasara nada.

A pesar de este daño involuntario, a pesar de este mes y medio confinados, queremos que sepáis que os quisimos con el alma. Nos peleamos, discutimos, os castigamos... Pero os quisimos con todo el alma. Estamos dispuestos a devolveos lo que ayer os arrebatamos con miedos e inmensa protección. Qué paradoja. Llenamos de vacío vuestras vidas, corrimos el riesgo que olvidarais lo que significa tener amigos, querer a los demás, sufrir cuando otro lo pasa mal. Hoy vuestra sonrisa ha cambiado, no es como antes, y tendremos que recuperar juntos las fuerzas para luchar, para que aprendáis a ser otra vez vosotros mismos.

Hoy era el día de salir, el momento de recobrar la normalidad de una hora. Mamá y yo no creímos en ello. Sé que nos pasamos. Pero no quisimos engañaros. El día llenó los diarios de grupos que recuperaron, no la normalidad de la recomendación, sino la que renunciamos un día de primeros de marzo. Y a eso tuvimos miedo. Lleváis razón. Ya está bien. Es mucho vuestro esfuerzo. Pero nos educaron para protegeros. Aunque tengamos que obtener el derecho de vivir lo que nos reste con vuestro perdón. Tened por seguro que hoy os entregamos todo lo que nos resta de bueno para vosotros: el provecho de un buen consejo, las migajas que sirvan para fijar vuestro norte, para construir vuestra tardía historia...

Sabemos que corréis el peligro de convertiros en seres planos, sin contenido, hasta de adquirir el valor de fuera de servicio. Somos conscientes que vuestras vidas sólo recogen y apuntan respuestas cuando la llenáis de inquietudes propias y esperanzas compartidas. Pero confiamos en devolveros el amanecer, que los días se llenen del valor que vosotros añadís, y que ese valor haga que merezca la pena vivirlo. Seguimos unidos, aunque a veces nosotros, vencidos ya por la batalla de lo cotidiano, doblegados por el cansancio, no sepamos qué ofreceros cuando cada noche alcanzáis os dejamos escondidos en vuestros sueños confiando que nada os haga daño.

Estad seguros que volveremos a la historia de lo cotidiano. Habremos aprendido. De equivocarse también aprende uno. Y volverán nuestras otras obligaciones de padres, la del alma en vilo, la del corazón en un puño, la de educaros dejándoos ir para siempre, la de la cuerda invisible, la de enseñaros a vivir luchando por lo que deseáis, la que os abona al esfuerzo, a la justa recompensa, al trabajo, a ser responsables de uno mismo.

Esperando sepáis entenderlo algún día, os quieren: mamá y papá.

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