Día 42: Madurez

Día 42: Madurez / Photographerssports

Esperar que se haga el silencio en casa es una odisea. Trabajar con ruido, carreras, juegos discusiones… solución: música, un poco más alta. De ahí sólo queda el aislamiento total con los auriculares inalámbricos. Pero ahí aún no hemos llegado… no lo descarto, pero… Noto que nos adentramos en una fase de relajación, donde todo vuelve a tener valor. Lo digo empezando por mí, que he recibido una reprimenda de mis hijos por olvidar salir al balcón a las ocho para el aplauso a quienes nos cuidan. Nunca lo olvidamos, pero debe ser que andaba más saturado de la cuenta. O que estoy hechos un lío, porque todos han aprovechado la misma hora para hacer cosas distintas. Tengo para escoger: una banderita blanca, aplaudir, dos minutos de silencio… Y digo yo: ¿No había más horas en el día? Pero si estamos confinados, ¿qué más da asomarnos en otras horas?

Definitivamente, como diría Mafalda, a los mayores no hay quien nos entienda. Las redes sociales son un clásico. Es como el Madrid-Barcelona a lo bestia. Jugando cada cinco minutos, sin descanso, con prórroga perpetua y sin minuto de oro ni penaltis. Lo peor es que los inmaduros, no son niños, ni adolescentes, ni jóvenes. Enrique Rojas, afamado psiquiatra, ya se adelantó y en 1992 (casi hace 30 años), publicó un libro titulado “El hombre light”, en el que enmarcaba un nuevo modelo de hombre, un hombre indiferente a los valores trascendentes, que hace del dinero, del poder, del éxito, del sexo, del narcicismo y del pasarlo bien, la totalidad y el contenido de su vida. Carece de creencias firmes, no acepta una verdad absoluta -aunque tiene un deseo insaciable de información-. Quiere saberlo todo, no para cambiar o mejorar sino, simplemente, para conocer lo que está pasando. Si D. Enrique reescribiera hoy su libro, lo bautizaría como el hombre red. Personas sin punto de referencia, que dejan de lado lo más humano que hay en nosotros, nuestra madurez, y lo pervierten con superabundancia de datos y estadísticas detrás de las cuales, no hay nada. Ni nunca habrá nada.

Ser maduro, muy al contrario, es aceptar nuestra vulnerabilidad; es ser conscientes que no somos infalibles, que no siempre llevamos razón. Que podemos aprender, no de los míos, sino de los otros. Que siempre estamos en disposición de aprender. Ser maduro significa no precipitarse cuando emitimos un juicio sobre algo. Ponderar, estudiar, consultar. Decidir. Claro. Es conjuntar voluntad, intelecto, emociones, memoria e imaginación. Todo eso, lo perdimos en las redes. Sólo sabemos chutar adelante, rebotar a otros lo que nunca vivimos ni sentimos, lo que alguien inventó. Las redes terminarán siendo nuestro Festival de Eurovisión, el lugar donde somos lo que envidiamos., la pantalla buena, la que esculpe una falsa, distante y robada madurez.

Finalmente, adiviné que el problema no es la red. Somos nosotros, nuestro afán de ser lo que nunca pudimos ser. El problema no es lo que escribimos, no es nuestra discusión, no es nuestro insulto, El problema es lo que escondemos detrás: un ser carente de contenido, que nunca llegará a nada porque tampoco nunca sabrá cómo hacerlo.

Encontrémonos. Encontrémonos en esta fase de la vida entre la monotonía y la desesperanza, seguro; pero también entre el sosiego y la búsqueda de los mejores elementos que un día conformaron nuestra condición humana. Debe ser justo

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