Análisis

juan PABLO LUQUE martín

Día 15: Mi amigo se fue

Querido amigo: Me he enterado hoy. En el día quince de este encierro interminable. Te has ido. Que te has ido como eres. Procurando que no nos enteráramos. Como siempre hiciste en vida. Pero esta vez sin despedirte, sin decir nada. Y eso sí que no te lo perdonaré nunca. Aún no me lo creo.

Escribo estas palabras entre multitud de tachones porque una y otra vez tu imagen se cuela entre palabras y sentimientos. Preguntando porqué, porqué tuvo que tocarte a ti. Pensando que no puede ser verdad.

La última vez te vi un día de lluvia, en mitad de la calle que compartíamos. Llevábamos tiempo sin vernos. Compartimos también un café. Después no alcanzo a recordar si el olor de un cigarro. Siempre te imagino con él. Como tú a mí, aunque ya lleve doce años sin fumar. Y compartimos más. Compartimos esperanza. Mucha. Hablamos de hijos, del futuro, de lo que nos quedaba. Y recordamos lo mucho y bueno que pasamos juntos.

Podría despedirte con lo que se dice en estas ocasiones: que porqué te has ido, que fue un placer, que eras una excelente persona. Pero contigo no. Al final te cabrearás conmigo. Eras el prudente, el sensato, el que siempre tenía un recurso para mediar, el que siempre tenía una palabra amable para escuchar. Tantos años de mi vida me has escuchado… Y lo cierto es que no nos debemos nada. Bueno sí. Tú aún me debes un adiós que seguiré eternamente esperando. No lo perdonaré ni aunque haya sido en este tiempo de confinamiento. Tengo la convicción que a cuantos te conocimos nos estarás diciendo que callemos, que no digamos nada en público. Te saliste con la tuya: en el mejor momento, en la ocasión propicia. En silencio. Tuyo y nuestro. Para que ninguno nos enteráramos.

Debo decirte, amigo, que para mí no. Es lo que peor llevo. No haberte dicho adiós, haberte dicho que te marcharas tranquilo, que embarcaras sin decir nada al maravilloso lugar que personas como tú tienen reservado. Pero te fuiste, y los que quedamos, se nos rompe el alma con heridas que nunca terminarán de curar. Ya sé que queda tu ejemplo, tu voz ronca, tu continuo resfriado, tu humildad, tu sencillez, la cercanía con que construías tu vida y ayudabas en la de los demás. Y cómo mirarte nos ayudó a construir las nuestras. Todo eso lo sé. Pero también conozco las cicatrices de la soledad, del vacío que provocas en aquellos a los que por derecho ganaste un trocito de nuestra vida. Nos has dejado solos, abandonados de la mano de Dios.

Me quedo con las ganas, Kiko, de darte un abrazo, aunque fuese el último. Pero me quedo también con la imagen y el recuerdo de quien conocí hace más de veinte años. Espero descanses lleno de paz en algún lugar del firmamento donde ya no exista el tiempo. Y si existe, que no se detenga. Y nos estés esperando para encontrarnos de nuevo, amigo. Y pondremos juntos nombre a las estrellas. Y pondremos nombre a las estrellas.

Hasta siempre, Kiko. Hasta siempre.

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