Análisis

juan PABLO LUQUE martín

Día 24: El de los tres cerditos

Si tuviera que hacer un resumen, el balance de lo que supone la presencia del coronavirus en el mundo, solo se me ocurren dos palabras. La primera es desorden. Nuestras vidas han cambiado radicalmente. No quisimos estar preparados. Y ahora no sabemos dónde estamos. La segunda, miedo. De esa, aún no hemos salido. Somos el cuento de los tres cerditos. En la casita de paja que resultó ser un país como España, creímos resistir el envite. Un uno de diciembre de 2019 en la ciudad de Wuhan, un grupo de personas fueron hospitalizadas con una neumonía de causa desconocida. Desde aquel momento, lo que conocemos: una China devastada, construyendo a contrarreloj hospitales, calles vacías, toques de queda… pero era China. China queda muy lejos.

Finalmente, el 30 de enero de 2020, la OMS declaró la existencia de "riesgo para la salud pública de carácter internacional". Ese día en España continuamos creyendo que nuestra casa de paja era suficiente. Bastaba con enviar guantes y mascarillas a los trabajadores de la oficina tributaria madrileña del barrio de Usera, con un colectivo importante de ciudadanos procedentes de China, y a algunos policías de Barajas para eventuales relaciones con pasajeros infectados.

No sé cuándo, conscientes de nuestra debilidad, acometimos la construcción de la casa de madera. Tuvo que ser desde el 9 de Marzo. Una fecha anterior sería reconocer una negligencia que ningún asesor en su sano juicio recomendaría. La defensa, evidente. La imprevisibilidad como argumento de una correcta acción de gobierno. Tiene parte de verdad. Imputar las muertes a una acción política es canallesco. Pero no condenar su inacción, la falta de recursos en las previsiones iniciales, hacer caso omiso a las indicaciones de la OMS. Apunta a una evidente negligencia. Como la de cualquier político que actúa desoyendo informes técnicos.

El 11 de marzo, la enfermedad se consideraba pandemia. Proteger con maderas una casa derribada sin apenas esfuerzo por el coronavirus. Pero aún seguíamos en la crítica política. En el 8M. Opino que no era criticable en sí. Lo criticable es que un Gobierno con inmejorable asesoramiento técnico, con una recomendación firme de la OMS, permitiera y no aplazara la celebración de espectáculos, partidos, reuniones, etc. Y permitiera también el 8M.

Y aquí estamos. En nuestro balcón. En la casa que quiere ser de cemento. Pero vamos tarde. Faltan muchas vigas: mascarillas para el retorno, guantes, test masivos… no había nada, y aún tardarán en disponer de un número suficiente.

Pero en el país de la improvisación, la solidaridad se impone. Aparecen voluntarios, arquitectos, albañiles, diseñadores… son las vigas de esta casa de cemento. Construyen respiradores, mascarillas, trajes… con esta entrega y generosidad, difícil lo tendrá el lobo para derribar la nueva casa. Faltaría más.

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