Días 19 y 20: Mayores

Me gustaría que se hubieran ido sabiendo que somos muchos los que quisimos estar ahí

Llegó muy tarde. Fue de los últimos WhatsApp en entrar. Lo envió mi amiga Gema. A punto de entregar el artículo, me obligó a romperlo en mil pedazos. El mensaje decía así: "Se mueren. Se está muriendo la mejor de nuestras generaciones, la que sin estudios educó a su hijos, la que sin recursos los ayudó en la crisis. Se están muriendo quienes más sufrieron, los que trabajaron como bestias, los que han cotizado más que nadie. Se mueren los que pasaron tanta necesidad, los que levantaron el país, los que ahora tan solo deseaban cuidar de sus nietos. Se están muriendo. Solos y asustados, apurando el último aliento. Sin la ayuda de un mísero respirador. Se van. Sin molestar. Se van sin un adiós, los que menos merecen irse".

Es verdad. Toda una generación de referencia en la historia de nuestro país condenada a morir. Sola. Sin saber dónde se encuentran. Sin poder despedirse de sus seres más queridos. Solos. Inmensamente solos. Afrontando el miedo a morir en una sala que no conocen, entre tubos, respiradores, pastillas, batas, mascarillas... Entre muchas personas, pero ninguna conocida. Todos iguales, nadie distinto del de al lado. Entre camillas que van y vienen, entre prisas, entre llantos. Se consumen. Y no podemos hacer nada. Y no podemos hacer nada.

O sí. Quién sabe. A lo mejor pudimos y no quisimos. A lo mejor muchos de ellos se encuentran allí, en sus residencias. O viviendo solos. Sintiendo que el tiempo se agota. Que no se reconocen ya como parte importante de este mundo. Muchos incluso habrán aprendido a manejar el móvil, a hacer videollamadas, a tocar la pantalla como si a través de ella pudiesen alcanzar a sus nietos. Cuando la llamada termina, cuando la pantalla se apaga, siguen solos, esperando que vuelva a sonar. Tanto trabajo para dejarnos una sociedad como la que recibimos, y ahora qué. Ahora qué les devolvemos. Con qué cara los miramos y le decimos que esto es cuánto podemos darles...

Orgullosos de nuestro progreso. Se mueren, y no podemos acercarnos para decirles adiós, para agradecerles lo mucho y bien que hicieron por nosotros, lo que les debemos, el cariño que les profesamos. Sí. Se nos va una generación de referencia. La que tiene el honor de ser padres de nuestra democracia. No sé qué pensaréis, pero cada día se me acumulan más héroes para el aplauso de las ocho. Ya no son los que trabajan para evitar nuestro contagio. También quienes nos enseñan que se puede morir dignamente y sin reproches, creyendo en nosotros a pesar de todo.

No me quedan palabras. Me gustaría que se hubieran ido sabiendo que somos muchos, muchísimos los que quisimos estar ahí, transitar con ellos en sus últimos minutos, darles las gracias por lo mucho y bien que hicieron en nuestras vidas, desearles buena suerte y un feliz viaje cuando sus ojos se cierran. Y que cuando emprendieran ese viaje, lo hicieran con una sonrisa, sabiendo que estuvimos a su lado. Y que Dios les espera. Confío en Él ciegamente. Que Dios les espera.

Pero mientras, aquí, en la tierra, acordarnos de ellos a las ocho. Y acordarnos siempre de ellos a las ocho...

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