Análisis

manuel campo vidal

España no va bien, pero al menos va

La frase más interesante de esta semana ha pasado casi desapercibida: "Tenemos que quitarnos todos el cuchillo de la boca para poder hablar, porque si no, sólo se oirá el silbido de la navaja", dijo Felipe González en un acto relevante porque estaba sentado, cuando lo dijo, al lado del también ex presidente José María Aznar.

Es un retrato de la política española, cada vez más polarizada entre partidos y, además, dentro de cada uno. Véase el Partido Popular, Ciudadanos y algunas organizaciones de Podemos. En el PSOE hay calma chicha, básicamente, porque está en el poder y eso serena mucho. Los elogios en el último Comité Federal de la líder andaluza Susana Díaz a la política de Pedro Sánchez frente a Cataluña son la mejor prueba.

España no va bien porque con esa tensión política y verbal será difícil encontrar consensos para reformar asuntos clave que el país reclama: una ley de Educación estable o una consolidación del sistema de pensiones amenazado, entre otros. A no olvidar una nueva ley electoral que facilite la elección de gobiernos sin acrobacias o repeticiones electorales extenuantes. Aquí no hay segunda vuelta, como en Francia, ni gana el más votado, como en Panamá. Aquí la segunda vuelta es parlamentaria y alcanzar una mayoría de la mitad más uno de los diputados es un calvario que exige alianzas rocambolescas. Y si toda esa operativa se hace con cuchillos en la boca se explica el desasosiego popular ante el clima político que se respira.

Podría decirse que España no va bien; pero no es es menos cierto que España va. Que ya es algo. Superamos la parálisis de gobiernos débiles, o "en funciones", del último lustro y se avanza tímidamente. Hay una presencia exterior más activa y apariencia, al menos, de actividad interior. La Mesa negociadora iniciada en Moncloa con una representación catalana puede que sea sólo una performance, como afirma González frente a la opinión de Aznar: "El solo hecho de celebrar la reunión es devastador". Pero sin diálogo, sabemos que el independentismo crece.

Pasan más cosas porque, quizás para contrarrestar el efecto mediático de esa mesa, el Gobierno desembarcó en La Rioja para hablar de los problemas de la España despoblada. Que no quede en gestos esperanzadores.

Se avanza en medio de malos augurios económicos por el coronavirus -aún no es posible saber cuánto hay de epidemia y cuánto de histeria- y tensiones preelectorales en tres comunidades: Galicia, País Vasco y Cataluña. En Galicia la incógnita es si repite mayoría absoluta el popular Núñez Feijóo frente a lo que llama "el minifundismo partidario" que encabezará el socialista Gonzalo Caballero. Feijóo en Madrid, en presencia de Pablo Casado, presentó una enmienda a la política energética de Sánchez, que "liquidará la central térmica de As Pontes y la planta de San Cibrao que hunde una comarca de Lugo"; y lanzó un dardo sobre lo que ve en España "que ni me gusta ni me siento representado". Tomen nota.

A Íñigo Urkullu le ha venido muy bien la defenestración del moderado Alfonso Alonso para tapar el fiasco del vertedero de Zaldibar. Y lo de Cataluña va, como siempre, de enfrentamiento fratricida en el independentismo. Puigdemont contra Junqueras mediante sus testaferros Torra y Aragonés. No hay fecha, pero sí pulso.

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