EN estos días vividos Entre leones en esta campaña electoral de la elecciones a Cortes Generales de 2019 –que ya es historia– han sido constantes mis referencias a lo atípicos que son estos comicios: por diversos motivos. Pero cada anomalía sobre lo conocido hasta ahora tiene un denominador común: el factor Vox. La potente irrupción de la derecha dura aparece como el catalizador que altera cualquier panorama vivido previamente.

Si las elecciones con repetición de 2015 y 2016 enterraron el bipartidismo y consolidaron un sistema multipartido –con tamaños asimilares–, éstas de 2019 ampliarán la fragmentación a cinco grupos políticos que superen los 30 diputados por la aparición de un quinto elemento: Vox.

La fragmentación en grupos de tamaños asimilares, también en la derecha, influirá decisivamente en la asignación de escaños en las circunscripciones, que es donde se juega el futuro, en cada una de las 50 provincias y en las dos ciudades autónomas. Andalucía anticipó esa nueva manera de ver al Sistema D’Hondt, tantas veces denostado por primar a las mayorías. Eso tiene relevancia en todas las provincias, también cuando son pocos escaños a repartir. En el bipartidismo, PSOE o PP –dependiendo del ciclo– se llevaban dos de tres escaños sólo por ser el primero en esa circunscripción. Si ocurre mañana, el partido más votado ha de superar el doble de sufragios del tercero para asignarse dos y dejar a aquél sin ninguno. De no lograrlo, primero, segundo y tercero obtendrán uno por coleta. Vox divide en tres a la derecha, sí, pero quizás no beneficie a la izquierda en esos casos, porque el tercero probablemente también sea del bloque conservador.

Vox atrae cierto voto cabreado, contrario a lo establecido, incluso parte del de Podemos en 2015 y perdido en 2016.

Y son las primeras elecciones generales después el 1-O de 2017: pesará en la conciencia del votante –pasó en Andalucía– con dispar suerte para cada uno de los cinco actores.