El Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas ha sido galardonado con el Premio Nobel de la Paz por sus esfuerzos para combatir el hambre y, en particular, el hambre como arma de guerra. El Comité del Nobel reconocía con estas palabras que difícilmente se pueden conjugar al mismo tiempo palabras como paz y hambre. También paz y migraciones, refugiados, pobreza infantil o pobreza en general. Pese a la crisis de 2008, los Objetivos de Desarrollo del Milenio establecidos en 2000 por Naciones Unidas consiguieron reducir el hambre a la mitad y la pobreza extrema (menos de 1,25 dólares/día) casi otro tanto. El programa finalizó en 2015, pero cerca de 800 millones de personas siguen pasando hambre, de los que uno 300 son menores de edad y viven en países sin posibilidad de enfrentarse al problema. Solo el resto del mundo puede hacerlo, por lo que el nuevo objetivo de Naciones Unidas es hambre cero en 2030.

Un objetivo ambicioso, entre otras cosas, por las crisis circunstanciales que se ceban sobre los más desfavorecidos. En primer lugar, la del clima y del agua por su impacto en la agricultura y sobre la población más humilde que vive de ella en zonas amenazadas de desertificación. El neologismo "refugiados climáticos" ha surgido para referirse a quienes se ven obligados a desplazarse por esta razón.

En segundo lugar, la crisis del multilateralismo porque limita los recursos para luchar por un mundo más justo y solidario. La agudización del problema de la inmigración y el deterioro del bienestar a raíz de la crisis financiera internacional, han impulsado opciones políticas que defienden postulados xenófobos, reducen su contribución a iniciativas solidarias y tienden a cuestionar la dimensión de los problemas globales. Como es fácil imaginar, el futuro del multilateralismo y del propio Programa Mundial de Alimentos está amenazado por el resultado de las elecciones norteamericanas.

También la crisis del Covid-19 se ceba con los más desfavorecidos. Los más pobres son más vulnerables porque en muchos casos no consiguen condiciones básicas de vida e higiene y también porque el hambre obliga a aceptar trabajos precarios y expuestos al contagio. En países subdesarrollados y en desarrollo, donde los sistemas de salud y atención social carecen de capacidad para hacer frente al potencial expansivo de la enfermedad, se teme un acusado deterioro de la situación, pero también existen evidencias de que en los países avanzados la propagación es más acusada entre los más humildes. Puede ser el caso de España, donde la pobreza se mantiene elevada y muy especialmente en Andalucía.

La Encuesta de Condiciones de Vida de 2019 indica que el riesgo de pobreza todavía afecta al 20,7% de los españoles, tras alcanzar su máximo en 2016 (22,6%). En Andalucía la diferencia suele mantenerse por encima de los 10 puntos (31,3% en 2019) y alcanzó en 2015 el valor más elevado de las comunidades autónomas (35,7%). Por su parte, el indicador de hogares con dificultades para llegar a fin de mes también situó a Andalucía a la cabeza de las regiones en 2014 (24,2% del total), aunque después comenzó a reducirse hasta 11,1% actual, por detrás de Canarias y Murcia.

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