Qué caramba, si hay un tipo osado ese es Pedro Sánchez. Su exceso de audacia es en parte responsable del atolladero político en que nos encontramos (y si no fuera él, estaríamos en pleno lío con otro/a). Esa pulsión irrefrenable, aupada por asesores, le llevó en septiembre de 2014 a aparecer en El Hormiguero, para estupefacción e inicial desprecio desde el PP.

Sánchez puso entonces a Pablo Motos en la agenda de los partidos. Lo habitual hasta era aparecer en los informativos y en espacios de actualidad y compostura, no de cascabeleo. El access de Antena 3 (anteriormente en Cuatro) vivió durante años en su zona de confort y promoción de invitados artísticos. No aspiraban a más, aunque por allí se dejara caer Arias Cañete y su apetito jamonero. Los 80 céntimos del café de Tengo una pregunta para usted habían alertado de cambios audiovisuales. Los políticos tenían que acercarse más al cristal.

Las reglas de la llamada nueva política terminaron de obligar a descender las escaleras hasta el plató de las hormigas, de los teleñecos, y a jugar con Marron y someterse a dilemas de cartón. Cuando Soraya, Soraya la vice, se preparó la coreografía, el 6 de octubre de 2015, quedó instaurada la necesidad de comparecer ante Motos y seducir de una tacada a 2 ó 3 millones de votantes reunidos en familia. Pablo Iglesias en sus buenos tiempos, no hace tanto, convocaba hasta 3,8 millones, un poco menos que el picotazo del jueves de Santiago Abascal, que ha dejado al mundo tuitero en un paraje de ladradores.

Ante una campaña que da pereza de antemano, El Hormiguero volverá a ser la oportunidad estelar para convencer con una sonrisa, antes de que los debates insulsos conciten una atención sobredimensionada. Y Sánchez no quiere a Motos. Las aspiraciones para hacer gobernable España pasan en parte por la imagen dada ante un par de hormigas. Y de nuevo habrá que quejarse de la inexistencia en TVE de un formato amable, cercano y con convocatoria donde los políticos pudieran ser oídos sin interferencias.

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