Análisis

rogelio rodríguez

Iglesias tiene su venganza en el congelador

Sánchez teme que Unidas Podemos le condene a ser, otra vez, presidente cautivo

Pablo Iglesias tiene la sartén por el mango, de él depende que Pedro Sánchez sea investido presidente y España tenga nuevo Gobierno antes del próximo día 23. En su mano está evitar un adelanto electoral que los profetas más osados señalan como su propio Waterloo político. Y es posible que así sea, claudique o no, si las legiones socialistas reconquistan el espacio que les arrebataron los podemitas. El acoso al líder de los morados es feroz. No solo por parte de Sánchez, convertido en su más encarnizado adversario después de utilizarlo meses atrás como mediador en la determinante negociación presupuestaria con los independentistas, sino por la totalidad del espectro nacionalista y las demás facciones de izquierda.

Pero Iglesias no es fácil de doblegar y sólo asumirá una derrota provisional si ello conlleva un deterioro fehaciente del hombre que ocupó La Moncloa gracias a su apoyo. Conviene -especialmente al PSOE- no subestimar al profesor de Ciencias Políticas y tertuliano, que irrumpió en la vida pública encaramado en las protestas populares de junio de 2011 contra las tropelías del poder y las secuelas de la crisis económica; que en marzo de 2014 abandonó el movimiento asambleario para fundar un partido jerarquizado, del que han sido expulsados cuantos dirigentes se han atrevido a discrepar; que tomó asiento en el Parlamento sin respetar muchas de las normas establecidas, entre otras las de vestimenta y cortesía; que en los comicios de 2016 logró situarse como tercera fuerza política con 71 diputados y ahora, con 29 escaños menos, acepta, con sañuda retranca, el veto personal que le impuso su deudor presidente en funciones, aunque exige para su deshilachado partido importantes parcelas de Gobierno porque "Sánchez no puede querer todo el poder estando tan lejos de la mayoría absoluta".

Iglesias no asume el desconcierto que muestran algunos de sus destacados gregarios ni, de momento, cede a las presiones de los nacionalistas vascos y catalanes. Ha comenzado a despreciarlos. El PNV y ERC, cuya abstención es imprescindible para evitar nuevas elecciones, prefieren a Sánchez coaligado con Podemos, antes que un Gobierno del PSOE a solas, pero anteponen también la posibilidad de un Gobierno de Sánchez en precario a correr el riesgo de que las fuerzas de centro derecha lograran revertir en las urnas lo que predicen los sondeos. Es tanto el miedo que los atenaza que hasta ERC ha optado por ignorar la negativa socialista a la celebración del referéndum de autodeterminación. Por eso, o porque bajo cuerda tienen comprometidas otras prebendas más urgentes.

Circula la pregunta de ¿qué pasaría si la sentencia del procés es como se prevé, la reacción de los independentistas es como anuncian y el Gobierno sigue en funciones? ¿Se aplicaría el 155? El ambiente huele a mentira. Es probable que las elecciones no resuelvan el problema, pero son la única escapatoria, aunque sea incierta. Sánchez está en ello. Sabe que Iglesias tiene su venganza en el congelador y teme que le condene a ser, otra vez, presidente cautivo.

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