Análisis

rogelio rodríguez

Igual o peor, pero sin Franco en Cuelgamuros

Socialistas y populares contribuyeron a que gran parte del voto se hiciera gaseoso

Si votan por mí, será verano todo el año", clamó Summer Wheatley, una de las protagonistas de la película Napoleón Dynamite (2004), dirigiéndose al electorado estudiantil. Pedro Sánchez, que lleva casi seis meses de veraneo como presidente en funciones y quince in albis, no promete plácidos estíos, pero que nadie lo descarte a la vista del poco alentador resultado que ya le auguran diferentes institutos demoscópicos de cara al 10-N. De momento, mucho antes del pitido electoral, el líder socialista ha emprendido una frenética campaña mediática explayándose en ofrendas que, si bien, pueden complacer los oídos del personal más sensible, resultan perniciosas para las empobrecidas arcas del Estado, salvaguarda de todo buen gobernante.

El PSOE no gira al centro, y tampoco podría hacerlo el PP que reorganiza Pablo Casado con la recuperación de algún que otro dirigente de intachable trayectoria moderada como Ana Pastor y Elvira Rodríguez. La posible gobernanza de uno o de otro depende de partidos que circulan por los extremos. Pero es que en el caso de Pedro Sánchez sus propuestas escabechadas de buenismo sobre pensiones, subsidio agrario, funcionarios, dentistas, guarderías… bloquean un ocasional consenso con liberales y conservadores, ya que representan lo que no dice: disparar el gasto público a costa de una ineludible subida generalizada de impuestos. Las espaldas empresariales y domésticas difícilmente pueden soportar mayores cargas impositivas, y mucho menos cuando la desaceleración económica ya no es el recurrente estribillo de una balada otoñal. En puridad, Sánchez sólo puede compartir menú con la misma izquierda que le ha impedido gobernar. Por ahí va su venganza y su esperanza. Confía en que el electorado premie su audacia y haga claudicar a Iglesias.

Sin embargo, poco o nada de lo que dicen los distintos candidatos es verosímil, entre otras razones porque todas las encuestas indican que después del 10-N tampoco habrá un Gobierno monocolor, y el que se forme, dada la composición del cartel, será tan volandero como el actual, el anterior y el otro. La recuperación del bipartidismo es más un deseo emotivo de socialistas y populares que una posibilidad concebible, al menos por ahora. Ambos contribuyeron a que gran parte del voto se hiciera gaseoso. La especulación se circunscribe al desequilibrio que arrojen las urnas. Y puede ocurrir, a tenor de los datos que circulan, que el PSOE no crezca lo que preveían los sondeos de primavera; Unidas Podemos no se desplome tanto como se presumía; Íñigo Errejón pinche con Más País, cosa que a pocos extrañaría conocido el percal; Ciudadanos se derrumbe a la cuarta o quinta posición, vaticinio que acumula certidumbre; Vox mantenga su celdilla, y que la crecida del PP sólo sirva para que Pablo Casado ensanche el tórax pensando en siguientes convocatorias.

Si eso sucede, volveríamos a estar como estamos, o peor, aunque con la tranquilidad de que la momia de Franco ya no esté en Cuelgamuros, y con un espada menos: Albert Rivera, que debería demostrar su aireado desapego al sillón. Mayor torpeza no cabe.

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