Análisis

José carlos rosales

Juan de Loxa estuvo allí

Juan de Loxa era mi amigo. Aunque no siempre fue mi amigo porque al principio era tan sólo una persona mayor o seria, una persona establecida o responsable, alguien que dirigía un programa de radio, un programa de poesía. Yo aún estaba en el bachillerato y estaba empezando a escribir poemas o, mejor dicho, estaba empezando a plantearme la posibilidad de publicarlos. Era el año 1967 y alguien nos sugirió a Justo (Navarro) y a mí que fuéramos a verlo a la emisora de radio en la que trabajaba, queríamos hacer una revista literaria y fuimos a la emisora de Radio Popular, en la Gran Vía, para pedirle que colaborara con nosotros en la revista que estábamos pensado organizar. Ahí empezó nuestra amistad. Nos invitó a colaborar en Poesía 70, primero en el programa de radio y luego en la revista, una revista independiente cuando todavía no se hablaba en España de cultura o literatura independiente. Una revista que nunca tuvo -ni aspiró a tener- ninguna clase de subvención pública, una revista sufragada exclusivamente con el dinero privado del bolsillo privado de Juan de Loxa. Luego vendría todo lo demás, sobre todo cuando comprobé que Juan de Loxa, a pesar de que me llevara ocho años, no era una persona mayor, no era alguien establecido o receloso, era alguien que rehuía toda clase de dogmatismo. De la poesía se pasó pronto a la resistencia cultural y al activismo político y Juan de Loxa colaboró sin reserva ninguna con nosotros (con Justo y conmigo) en la organización de la Junta Democrática de Artistas e Intelectuales de Granada: el tiempo empezaba a moverse muy deprisa y de los manifiestos y recogida de firmas pasamos a la militancia política en el clandestino PCE, a la convocatoria de coloquios y debates, a la organización de el cinco a las cinco (el homenaje popular a Federico García Lorca que, el cinco de junio de 1976, se celebró en Fuente Vaqueros) y a muchas cosas más.

Sería muy largo, pero el que estuvo allí lo sabe: la cultura de esta ciudad sería muy diferente sin el trabajo incansable de Juan de Loxa a lo largo de más de cuatro décadas: su talante agitador, su mente abierta, su capacidad de vincular ideas y personas o su afán irreverente son algunas de sus aportaciones más valiosas, una deuda que esta ciudad jamás se planteó agradecerle en vida y que dudo mucho le sepa reconocer en algún momento más allá de oportunismos y fanfarrias. Ojalá me equivoque. Ojalá no me tenga que acordar otra vez de aquellos versos de Cernuda: "¿Oyen los muertos lo que los vivos dicen luego de ellos? / Ojalá nada oigan: ha de ser un alivio ese silencio interminable / para aquellos que vivieron por la palabra y murieron por ella".

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