Seguí con interés las tres horas de la ceremonia inaugural de los Juegos Europeos de Minsk con la sensación de ser el único que en la madrugada con la que estrenábamos el verano sintonizó sin pestañear Teledeporte. Es como si Paloma del Río y Paco Grande me la comentasen a solas, en la intimidad, habida cuenta del nulo impacto mediático generado al día siguiente sobre la celebración deportiva en Bielorrusia.

Solamente recordar que el Instituto Noos gestionó con el entonces presidente de la Comunidad Valenciana la celebración de la primera edición de estos Juegos en su territorio me pone los pelos como escarpias. ¿Alguien recuerda que, tras muchas trabas, la primera edición tuvo lugar en 2015 en Bakú? Tras echarse atrás algunas ciudades holandesas y polacas, la segunda edición se la adjudicó Bielorrusia. Pero pese a la amplia cobertura de Teledeporte, que durante diez días se convierte en canal temático, el respetable no parece sentirse concernido.

Volviendo a la ceremonia invisible, la verdad es que el espectáculo dirigido por Igor Krutoy, Alexander Vavilov y Alexea Sechenov no tuvo desperdicio. Un chute de cultura y arte autóctonos servidos en altísima definición. Y aunque Paco Grande señaló que el desfile de participantes es antitelevisivo, le contradigo afirmando que es en esa emoción y esa euforia de los deportistas donde se concentran las mejores vibraciones de un evento en tiempo real (aunque TVE lo diese en diferido). También se quejó Grande de la ausencia de planos generales y del abuso del plano corto. Aunque al final tanto él como Paloma calificaran la gala con un 8'5.

Fue una delicia escucharles durante tres horas como si estuviesen en el salón de mi casa o yo en la de ellos.

Volvieron a hacer patria subrayando que fue Barcelona, en 1992, la que cambió para siempre las ceremonias olímpicas. Pero discrepo. ¿No vieron Los Ángeles 1984? Pero la pasión es ciega, está claro.

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