Había coincidencia previa entre los analistas: el Rey iba a pronunciar el discurso de Navidad de más difícil redacción desde que asumió la Jefatura del Estado. No se equivocaron. Don Felipe se ha expresado con la máxima cautela, consciente de que se vive el momento más delicado desde que se aprobó la Constitución, con millones de españoles inquietos por la fórmula de gobierno que maneja Pedro Sánchez.

Muchos ojos se han dirigido las últimas semanas hacia La Zarzuela esperando una señal, del que consideran elemento clave de la estabilidad. Lo es, pero la Constitución limita tanto sus atribuciones que cualquier gesto por parte del Rey para intentar que no se concrete lo que Sánchez tiene en mente, habría sido inconstitucional. Como habría sido inconstitucional que no designara candidato a Sánchez, como dicen dirigentes de la extrema derecha: ha ganado las elecciones, y si le asegura al Rey que puede contar con los votos necesarios para la investidura...

El Rey ha lanzado varios mensajes en su medidísimo discurso. El primero, poner en valor la fortaleza de los españoles, demostrada en distintos momentos de la historia.

Segundo. Se refirió a la necesaria voluntad de entendimiento, pero dentro del respeto a la Constitución. Se puede decir más alto pero no más claro.

Y tercer mensaje a tener en cuenta: es el Parlamento el que elige al presidente del Gobierno. Una forma sutil de recordar que no es la Corona.

Precisamente a los partidos parecían dirigidas las frases: "No debemos caer en los extremos ni en la autocomplacencia que silencia nuestros errores", y que los logros de los españoles se deben a que "han compartido unos mismos valores sobre los que fundamentar la convivencia".

Con las referencias constantes a la Constitución el Rey ha parecido enviar además un mensaje subliminal al candidato que pretende formar Gobierno con el apoyo de un partido que se ha situado varias veces al margen de ella.