Quienes vieran el Salvados dedicado al médico de la secta emitido hace un par de semanas no creo que olviden en mucho tiempo la presencia en el programa de Jorge Naranjo, que con su testimonio generoso se convirtió en el protagonista de la entrega. Como a tantos otros amigos de Jorge, me sorprendió verle en su vis a vis con Jordi Évole. Desconocía todos los aspectos desvelados en esta confesión en canal ante las cámaras. Hay que ser muy valiente para colocarse delante de un país, y contar en el programa más visto de los domingos por la noche un relato tan estremecedor.

Enseguida me vinieron a la mente todos los recuerdos compartidos con Naranjo desde que un buen día los festivales de cine nos unieran para siempre. La primera vez fue en Córdoba. Después, muchos Málagas y no pocos Sansebastianes. Y Jorge, que siempre era de abrazo fácil y complicidades a flor de piel, abriéndose en canal, cercano y certero.

Pues bien, a lo largo de esa entrega de Salvados, que seguí completamente hipnotizado, reparé en algo que quería compartir con ustedes. Viendo y escuchando a Jorge Naranjo, su acento, su expresión, su forma de contar, su gesticulación, su forma de decir y de no decir diciendo mucho, me vino a la mente Paco León. Este sí, el hombre de moda por su Arde Madrid, o cómo imprimir una mirada propia al audiovisual cuando parece que todo está inventado.

Más allá de que Paco León y Jorge Naranjo son sevillanos, puede que no tengan demasiado en común. No lo sé. Y sin embargo a mí uno me retrotrajo al otro como si fuesen dos gotas gemelas.

Sólo puedo decir que encontrarme con Jorge y con Paco ha sido de lo mejor que me ha pasado. Espíritus libres, más evolucionados que la mayoría, mentes privilegiadas para abrir nuevos caminos, que me dieron y me dan chutes de vida.

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